El 14 de enero, bajo una lluvia impertinente, un hombre bueno juró defender la constitución de Estados Unidos y la del estado de Virginia y prometió dedicarse por entero a cumplir las funciones de su oficio de gobernador. Así inició sus cuatro años de mandato Tim Kaine, un político sencillo y honesto, consecuente con sus valores y sus principios. Su liderazgo, importante para los habitantes del estado, no tiene repercusión global. Su ejemplo, sin embargo, es parte de una cadena de acontecimientos que tal vez rescaten el siglo XXI para la historia de la humanidad.
La ceremonia inaugural fue memorable por muchos conceptos. El orden impecable y el alto espíritu cívico dieron marco apropiado a un acto enaltecido por el peso de la historia en la pequeña ciudad de Williamsburg. El espíritu bipartidista – junto con Kaine tomaron posesión los otros dos ejecutivos electos, del partido contrario al suyo – desplegado por los partidarios de uno y otros augura respeto y tolerancia en la lid del gobierno. La diversidad en los espectadores, en el concierto que abrió la celebración y en el desfile que la cerró con participación de colectivos anglosajones, afro-americanos, asiáticos, latinos, indígenas, fue símbolo de apertura y hospitalidad.
Pero todo ello fue incidental ante la esencia de la celebración, parte de la ola de apertura y unidad que parece apoderarse de manera casi imperceptible del escenario global. Kaine habló, impertérrito bajo el aguacero, no en busca de aplausos sino para despertar reflexiones. Suele dirigirse al pueblo como el profesor habla a sus alumnos sin arrogancia y con respeto. Su agenda no persigue la imposición de la democracia autoritaria por la intercepción de las libertades civiles o la fuerza de las armas, que parece dominar los esfuerzos de los líderes de muchas naciones. Busca por el contrario aglomerar a los suyos en espíritu de unidad, abierto a la conciliación y la participación. Quiere dar la bienvenida a los peregrinos que llegan a su casa. Por eso dijo, por ejemplo, destacando el sentido de comunidad que es esencial en su discurso: A lo largo de la historia de Virginia sólo hemos tenido éxito cuando hemos convidado a todos a nuestra cena de Acción de Gracias. Y agregó, hablando español: “Hemos venido hoy día a este lugar para recordar la promesa de nuestros antepasados. Como gobernador, seré justo e incluyente de todas las comunidades, con la certeza que juntos lograremos construir un mejor futuro para Virginia.” Las directrices de su misión son claras: Nuestros logros seguirán fundados sobre nuestros valores básicos, fe, trabajo intenso, innovación, creencia en la educación como camino al progreso y convencimiento de que todos somos iguales.
La inauguración como gobernador de un gringo idealista en una población pequeña de un estado vecino a Washington tuvo escasa resonancia nacional o global. A juzgar por los estándares usuales fue una ceremonia sin importancia. Fue parte, sin embargo, de una ola de renovación social que habla un lenguaje común y se manifiesta, por ejemplo, en las declaraciones de dos mujeres electas presidentas de sus países en Chile y Liberia o en el reconocimiento de la realidad social que condujo a elegir a Evo Morales presidente de Bolivia. Se puede así esperar que la elección a puestos de mando de líderes capaces y visionarios en un número cada vez mayor de lugares, regiones, estados, naciones, desencadene el triunfo de las ideas y los valores por encima de las ambiciones, los intereses de grupo y las manipulaciones políticas que ensombrecen el panorama mundial. Ojalá haya un contagio pandémico de hombría de bien, una globalización de buen gobierno.