Colombia Tierra Querida

Hace unos días me llegó por email un mapa de España, supuestamente desde el punto de vista madrileño, en el que se representa cada región del país en función de los servicios que presta a Madrid; por ejemplo la marisquería de Madrid, la playa de Madrid, la charcutería de Madrid, tienda de vinos de Madrid, etc.

Aunque entretenido y gracioso también me pareció patético sobretodo cuando me di cuenta de las semejanzas con mi propio país y de las consecuencias funestas que esta actitud genera para Colombia y en cierta forma el mundo entero.

La representación obviamente es relativa y subjetiva pero la actitud generalizada es la misma y representa una falta de identidad nacional, de sentido de comunidad, pero sobre todo demuestra una falta de responsabilidad cívica, social, política y nacional por parte de cada uno de los que nos llamamos ciudadanos colombianos.

Son muchos los argumentos que hemos oído para justificar la independencia de un estado del control central o para racionalizar por qué los estados vecinos menos afortunados no son dignos de compartir las fortunas del que busca la independencia. Algunos tienen bases económicas, otros sociales, y algunos ideológicas pero a todos se les ha olvidado la lección que muy pronto en su historia aprendió la única súper potencia sobreviviente del siglo pasado: que el poder está en la unión. La guerra civil de EE.UU. no fue únicamente por la emancipación de los esclavos, fue también por mantener la Unión frente a los intereses en conflicto de los industrialistas del norte y los terratenientes del sur y por la sabia visión de que más podrían lograr juntos que separados.

Los colombianos nos enorgullecemos de las riquezas de nuestro país, del gran capital humano con el que cuenta, de lo cultos y letrados que en otros sitios nos consideran, del empuje que nos mueve y lo trabajadores que somos, etc. Pero es un orgullo falso porque fácilmente le damos la espalda a los problemas y al país cuando las cosas se ponen feas fomentando así la decadencia de nuestra sociedad.

El problema del narcotráfico se lo achacamos a los gringos por drogadictos, el de la guerrilla se lo achacamos al gobierno por no combatirla, o al gobierno por desamparar a la gente que termina convertida en guerrillera (todo depende del punto de vista); la falta de empleo se la achacamos al estado que no promueve la inversión extranjera o a los dueños del capital nacional que no quieren pagar lo justo y prefieren guardar la plata en los bancos de las Islas Caimanes o cualquier otro escondite.

Siempre el problema es de otros y por lo tanto no nos metemos en nada. Las matanzas de los narcotraficantes las disculpábamos diciendo que eran ajustes de cuentas y que por eso no importaba; “que se maten entre ellos; no importa.” Nunca dijimos con convicción social “el narcotráfico es malo”. Siempre que los dólares que se filtraran nos beneficiaran, o bien con mercancía barata, empleo o servicios, el problema realmente era de los gringos que bien se lo merecían por drogadictos. No importaba que hasta lo más sagrado de la sociedad como son la justicia, la legislación y el ejecutivo estuvieran untados hasta el hocico.

La corrupción, sabemos, impregna cada fibra de nuestra sociedad y extensión del territorio. La vemos en el gobierno, en la industria privada, en el comercio internacional y hasta en la tienda de la esquina. La corrupción esta tan generalizada que el serrucho, la propina, la mordida, el soborno, se racionalizan como un costo más de producción.

Es fácil encontrar al colombiano que se sale de una infracción de tránsito con una propina para el agente de policía, o el colombiano que teniendo los recursos económicos se salió de pagar servicio militar, o el colombianito de 14 años que sale a todas partes en el carro de papi y sin tener licencia para conducir; o el colombiano que hasta por la compra más insignificante de su empresa pide comisión al proveedor. ¿Cuantos son los colombianos que durante las elecciones participan amedrentando a sus vecinos para que voten de la manera indicada, o los que por unos cuantos pesos venden su voto, o peor aún, los que ni se molestan en votar?

Es fácil encontrar al colombiano que para agilizar un trámite le pasa propina al funcionario de turno o el funcionario de aduana que sin base legal cobra un impuesto o decomisa pertenencias al viajero que llega de sus vacaciones en el exterior. Y es muy fácil encontrar al colombiano que no aguanta hacer una fila para comprar el pan y mucho menos para pagar impuestos.

Todos estos puntos pueden sonar insignificantes y hasta superficiales pero estoy seguro de que son la expresión de una sociedad que mientras mantenga estos comportamientos nunca podrá ser contada dentro de las más civilizadas del planeta y estará relegada a los renglones del tercer-mundo y las consecuencias que esto conlleva para sus ciudadanos.

Todas estas son expresiones de la falta de responsabilidad cívica, social, política y nacional. La solución a nuestros problemas empieza tomando responsabilidad por la parte que nos corresponde. Primero que todo, todos somos colombianos y el país es de todos y para todos; tenemos que inculcar en los niños el deber y la responsabilidad social. Tenemos que liderar y enseñar con el buen ejemplo; no sobornando y no aceptando sobornos, denunciando el crimen y no permitiéndole florecer gracias a nuestro silencio. Tenemos que ser justos y remunerar debidamente al trabajador, darle la seguridad social que queremos para nosotros mismos. Tenemos que invertir nuestro propio capital para que así los extranjeros también inviertan en nuestro país. Tenemos que participar activamente en el proceso político, judicial y legislativo para entonces poder exigir la transparencia y ecuanimidad que necesitamos.

Y todo esto es necesario para que Colombia, mi tierra querida, deje de ser el patio de ropas de los países desarrollados y para que los Colombianos cobremos nuevamente la dignidad que hemos vendido por unos cuantos pesos.

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