La Alianza de Civilizaciones

Entre las carcajadas de media España, que cuando no protesta por lo que Zapatero hace –dizque para acabar con los valores tradicionales– se ríe a mandíbula batiente de cuanto dice o propone el presidente del gobierno, el sujeto de burlas inauguró en Mallorca, España, la primera reunión de un Grupo de Alto Nivel constituido con el apoyo del Secretario General de Naciones Unidas para estudiar formas de tender puentes de entendimiento entre Oriente y Occidente.

La iniciativa de la Alianza de Civilizaciones expuesta ante la asamblea de la ONU el año pasado por el presidente Rodríguez Zapatero, acogida y respaldada con entusiasmo por el gobierno de Turquía y apoyada por un puñado de otros países y organismos internacionales, despertó sonrisas burlonas en los grandes centros de poder, acostumbrados a planear cruzadas antes que a ocuparse de las aspiraciones e ideales de los pueblos.

El ingenuo presidente del gobierno español plantó una idea que vale la pena explorar. Como él lo dijo en Mallorca, se han reactivado fuentes tradicionales de enfrentamiento violento. Los puentes de entendimiento que propone entre Oriente y Occidente hacen falta también entre Sur y Norte y dentro de cada cuadrante del planeta donde hay muchos abismos por cruzar.

La herramienta preferida para buscar el entendimiento entre los pueblos ha sido la guerra, desde las cruzadas papales en épocas ya superadas, hasta la siembra de la democracia por el señor Bush en el siglo XXI. Los frutos de la guerra son bien conocidos: tumbas de guerreros jóvenes y de civiles de todas las edades; odios perdurables entre los contrincantes de hoy y sus descendientes de mañana; costos monumentales que han de ser pagados por las generaciones por venir. No importa la racionalización que las acompañe, las guerras son las peores ejecutorias humanas.

¿Valdrá la pena intentar una aproximación a la convivencia que sea menos costosa en vidas, sentimientos y recursos? La moderación y el aprecio de la diversidad quizás provoquen “una movilización para alzarse contra quienes, en cualquier parte y utilizando todo tipo de argumentos deformados, argucias y pretextos, fomentan el odio y la intolerancia” como dijo Zapatero en su discurso inaugural de la reunión de Mallorca (El Mundo, Madrid, 27 de noviembre).

Pero establecer un clima de aceptación y tolerancia no es función de ningún grupo, por destacados que sean sus integrantes. Esa tarea corresponde a lo que ahora se llama sociedad civil y antes llamábamos gente o pueblo que además de practicar lo que predican deberán forzar a sus gobiernos a cambiar las prioridades para que en vez de fortalecer ejércitos y soñar conquistas eduquen a sus ciudadanos para la convivencia y la paz y dirijan sus políticas hacia el entendimiento y la integración.

Nuestra generación ha sido testigo de una revolución de los claveles y otra revolución de las rosas. No hay que perder la esperanza de que nosotros o quienes nos sigan atestigüemos una inmensa explosión revolucionaria mundial de fraternidad.

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