Mi tía abuela María Jesús (Jesusita) Jaramillo Villa, a quien en familia llamábamos Tuta, fue precursora de Michael Chertoff, secretario de seguridad nacional del presidente de Estados Unidos, George W. Bush. Tuta tenía terror de la muerte, como hoy tenemos terror del terror. Para alejarla mantenía en su botiquín numerosos equipos de emergencia y remedios para cubrir todas las aflicciones imaginables. La familia y los amigos acudían a Jesusita para buscar cura a sus males y alivio a sus dolencias. Mi tía fue un híbrido de farmaceuta sin título y médico en ciernes y gastó la mayor parte de su herencia en comprar medicamentos, como otros gastan en viajes y en lujo.
La dueña del arsenal de remedios salió una tarde temprano de su casa, hace muchos años, cuando en Medellín había medios de transporte más amigables y simples pero al cruzar la calle la mató el tranvía. Tuta debe haber sido una de las pocas personas en la historia muertas de tropezón con el tranvía y el mejor monumento a su memoria fue la espantosa contradicción entre toda una vida dedicada al más esmerado cuidado de la salud y el minuto de descuido que la dejó arrollada bajo las ruedas del aparato.
El primer encuentro del señor Chertoff con una emergencia fue casi como el de Tuta con el tranvía. No quedó muerto, pero sí grogui. Cuando el huracán Katrina desató oscuras fuerzas de la naturaleza, la seguridad burocrática encabezada por el señor Chertoff fue todo lo inepta posible. La torpeza de la reacción gubernamental al desorbitado huracán nos llevó a mirar con verdadero pánico cuál será la forma como el gobierno reaccione ante un hipotético ataque terrorista. Hasta ahora el Departamento del señor Chertoff ha servido para aterrorizar a la población civil previniéndola de la inminencia de una catástrofe provocada por las fuerzas malignas de oriente pero no ha contribuido a impedir la tal catástrofe ni a alistar a las víctima futuras para su defensa.
A simple vista y usando solo la poca de inteligencia que Dios nos dio, parece imposible impedir un ataque terrorista de grandes proporciones. Se ha logrado descalzar a la gente en los aeropuertos, hasta desnudarla a veces, interferir con lo que lee, meterse en forma clandestina en lo que piensa y escribe. Pero todos esos remedios no han contribuido un ápice a frenar el fanatismo de Al Queda ni a preparar a los ciudadanos de Estados Unidos para hacerle frente. El presidente Bush ha dicho que se han evitado al menos 10 ataques de Al Queda, pero él ha dicho tantas otras cosas inexactas que es difícil creerle.
Tal vez tengan el señor Chertoff y su inmediato superior el Presidente de Estados Unidos dos dedos de frente para comprender que el terror no se desterrará del mundo a golpes de bayoneta ni toques de alarma sino mediante un proceso prolongado y difícil de educación y solidaridad patrocinado por la izquierda, el centro y la derecha. Hasta ahora, no han comprendido el legado de Tuta como lo hemos entendido tantos otros para no embarcarnos en imitaciones de las cruzadas que de golpe se tropiecen con el tranvía. Ni han querido reconocer que otros, menos poderosos, tienen ideas más potentes, como la Alianza de Civilizaciones que ellos miran con desdén.