En John Bolton, nombrado por el presidente Bush embajador de Estados Unidos ante las Naciones Unidas, se congregan cualidades que su gobierno estima esenciales para el desempeño del cargo: enemigo acérrimo de la ONU, está listo a destruirla. Lo cual concuerda con las intenciones de su jefe el presidente, quien es menos abierto en confesarlas y más sutil en alcanzarlas.
La poltrona diplomática brinda al temible embajador Bolton circunstancias únicas para cumplir su misión de desmoronar la institución creada con tanto esfuerzo por aquel sector de la humanidad amante de la paz y respetuoso de sus congéneres. Su presentación en sociedad fue digna de la mala fama que lo precedió al recinto de las Naciones Unidas. Propuso 750 modificaciones al texto que será presentado a consideración de los jefes de estado y gobierno del mundo el 14 de septiembre para culminar una etapa de la reforma de la organización. Es verdad que Estados Unidos no tuvo embajador durante el largo período de la frustrada confirmación de Bolton en el senado pero es del todo inverosímil que a lo largo de más de un año de preparación del proyecto de acuerdo no se hubiera ocurrido a Washington proponer sus cambios.
La sustancia de la propuesta Bush-Bolton es más alarmante que la mera exigencia masiva de modificaciones que descarrila la consideración de un documento internacional importante. Se trata, por ejemplo, de eliminar las referencias a la lucha contra la pobreza y el compromiso de los países industriales a destinar el 0.7% de su PIB a cooperación para el desarrollo. En general, echa en olvido los objetivos y pactos de carácter social que se adoptaron en el Milenio, que no cumplidos en su totalidad, demuestran por lo menos sensibilidad hacia los grandes desafíos de la humanidad, que no son imponer por la guerra la democracia en Irak ni ensuciar el aire en Estados Unidos. Bush-Bolton proponen también borrar las referencias a instituciones o documentos que producen urticaria en la Casa Blanca, como la Corte Penal Internacional y el Tratado de Kyoto.
Invitan, en cambio a reforzar el papel de Naciones Unidas en propulsar el libre comercio y difundir la democracia. El presidente de Estados Unidos tiene una maestría en administración de negocios, que ocupa todo el espacio profesional de su mente y lo impulsa a convertir en empresa todo cuando toca. No contento con la obsesión de privatizar la seguridad social, resulta ahora proponiendo que Naciones Unidas se convierta en una gran empresa comercial multilateral. Y en Bolton, con fama de caviloso y cascarrabias, ha encontrado un excelente aliado diplomático.