Contra Pobreza, Matrimonio

Recuerdo que nos enseñaban los pecados capitales definidos por Santo Tomás y las virtudes que los abatían: contra envidia, caridad; contra avaricia, largueza; contra lujuria, castidad… En nuestros días han surgido pecados que están más de moda y nuevas virtudes para neutralizarlos.

El reconocimiento paulatino de los derechos civiles de personas del mismo sexo mediante la sanción legal de las uniones civiles o el matrimonio entre ellas ha desatado campañas ardientes en defensa del matrimonio, como si estuviera afrontando ataques violentos.

El presidente de Estados Unidos apoyó la iniciativa de enmendar la constitución para incluir una cláusula discriminatoria definiendo el matrimonio en forma exclusiva como la unión entre un hombre y una mujer. Varios referendos en diversos estados prohibieron los matrimonios y uniones civiles entre personas del mismo sexo. Hasta la tribu Cherokee enmendó sus leyes para anular el matrimonio de dos mujeres que lo habían contraído impulsadas por el hecho de que una de ellas no fue admitida al cuarto del hospital donde la otra estaba, por no ser familiares (The Washington Post, 1 de agosto de 2005) Las iglesias han entrado de lleno en la controversia y muchas denominaciones cristianas condenan el matrimonio entre personas del mismo sexo, como atentatorio contra la familia y corruptor de la sociedad. Reaccionando a la legalización de esos matrimonios en España y Canadá, varios cardenales de la iglesia católica con el apoyo de fuerzas políticas como el Partido Popular en España, han esgrimido tales argumentos. El presidente de la Conferencia Episcopal de España, el obispo Ricardo Blázquez, dijo que el matrimonio homosexual “afecta a la estabilidad de la familia y a Dios.¨ (elmundo.es 4 de julio de 2005) Es difícil entender cómo puede amenazar a la familia un contrato civil externo a ella ni cuál es el motivo para que la legalización de situaciones que han existido siempre pueda torpedear la sociedad. En cuanto a la reacción de Dios, cardenales, obispos y fieles no somos más que imperfectos intérpretes.

El Santo Tomás de nuestros días es, sin duda, el senador Sam Brownback, del estado de Kansas, quien introdujo en el presupuesto del distrito capital de Estados Unidos una provisión para crear cuentas de promoción del matrimonio incluyendo subsidios a parejas casadas, con bajos ingresos. En defensa de su propuesta, afirmó que el matrimonio “es un destacado reductor de la pobreza” “a leading poverty reducer” (The Washington Post, 22 de julio de 2005) Es probable que la mayoría de los ciudadanos esté de acuerdo en que el pecado capital de estos tiempos sea la pobreza. Absurdo, sin embargo, alegar que el matrimonio la reduzca.

De toda esta controversia ha surgido un nuevo pecado, el de confusión, su contra claridad. Están en juego dos conceptos: la definición tradicional del matrimonio y el también tradicional rechazo de los derechos humanos de las minorías. Si se reconociera que todos los miembros de la sociedad tienen los mismos derechos y se distinguieran los efectos civiles del matrimonio de los religiosos, se ahorraría tanta discusión semántica y mejoraría la estructura social.

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