Donde menos se espera, salta la liebre

¿En cuál país del mundo puede ocurrir la persecución degradante que dice haber sufrido Maher Arar? No fue en ninguna de las dictaduras bochornosas de Asia, África, América Latina, o en algunos rescoldos de la antigua Unión Soviética. Fue en el país depositario de la democracia y la libertad, en los Estados Unidos de Bush.

El señor Arar es un ciudadano canadiense nacido en Siria. Al llegar al aeropuerto de Nueva York en un vuelo transatlántico procedente del norte de África, su nombre apareció en el computador de inmigración como presunto terrorista. Dice que fue detenido de inmediato y trasladado después de pocos días, esposado y encadenado en un jet ejecutivo, a Siria, país bien conocido por su apego a la tortura, a la cual alega haber estado sujeto por espacio de más de un año, hasta cuando se le envió a Canadá. Nunca se formularon cargos contra él ni tuvo acceso a un abogado o a un juez.

La verdad sobre este caso nunca será revelada porque el gobierno de Estados Unidos aduce que para responder a la demanda entablada por Arar, sería necesario incurrir en graves riesgos para la seguridad nacional. Esta prudentísima decisión impedirá que se conozcan en detalle este y otros casos similares cuyo relato cauteloso aparece de tarde en tarde en periódicos de tanto renombre como The New York Times y The Washington Post. Parece haber un programa, “extraordinary rendition” a través del cual personas sospechosas de terrorismo son despachadas a países que utilizan la tortura como medio de interrogación o de castigo. Algo como la contraparte de la “rendition” mediante la cual un país extranjero delega en Estados Unidos el juicio de sus nacionales.

Secuelas de la guerra contra el terror, que por defender la seguridad ha vulnerado la legalidad. El presidente y sus inmediatos colaboradores tienen un enfoque sesgado del terrorismo. Lo cual se agudizará ahora que Bush ha lanzado otra guerra, contra la tiranía, que dará sin duda lugar a nuevas aventuras por fuera de la ley y a nuevos atropellos a los derechos humanos.

Mientras vivamos en guerra contra las drogas, contra el terror, contra la tiranía, por la libertad de Irak no podremos aspirar a que nos rijan normas de paz y de cordura, estaremos sujetos a la guerra sin ley.

Con independencia de la veracidad de las presuntas víctimas de la arbitraria exportación de la tortura, es alarmante que sus acusaciones sean recibidas con una actitud que al menos admite la conjetura de lo posible. En un país golpeado por testimonios de tortura en sus prisiones en varias naciones y escéptico de su sistema de justicia que admite la práctica de detenciones arbitrarias y conduce a la desaparición de personas del sistema de legítima defensa judicial, la tortura delegada sería apenas un paso más por el mismo camino.

Es lamentable que la historia de Estados Unidos, no siempre ejemplar pero con una tendencia constante a respetar las normas del derecho y las atribuciones esenciales de la persona humana discurra ahora por vericuetos tan ajenos a la práctica de la democracia y el ejercicio de la libertad individual, a merced de los embates conquistadores de un gobierno de cruzados, agresivo y arrogante.

Es también deprimente encontrar ciudadanos estadounidenses, de apariencia culta y decente, que afirman que las arbitrariedades y las torturas son excusables porque estamos en guerra y la guerra es la guerra. La humanidad necesita un urgente golpe de timón moral y legal y es evidente que no será el señor Bush quien pueda darlo.

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