Democracia opresiva

Se hablaba de democracia, sin apellidos. Luego se le pusieron calificativos como democracia participativa o democracia representativa. La que está en boga hoy es la democracia represiva. Se la ejerce en la Casa Blanca y en el Kremlin, en la residencia presidencial La Casona de Caracas y en la Casa de Nariño en Bogotá, habitó en la Moncloa antes de 14 de marzo de 2004 y se radica en Quito con un presidente ex golpista y la Corte Suprema diezmada por el congreso.

Es la nueva democracia, instrumento selectivo de libertad ficticia. La practican los gobiernos que ponen la seguridad por encima de las libertades civiles, se escudan en leyes oportunistas para justificar sus abusos y desmanes en contra de los mandantes que son la esencia de la verdadera democracia.

Los códigos antidemocráticos tienen apellidos evocadores, ley patriota, estatuto antiterrorista, reforma de los servicios de información. Sus patrocinadores siembran sus disposiciones contra el pueblo en las iniciativas mejor intencionadas. La nueva ley que reforma las estructuras de los servicios de información en Estados Unidos, por ejemplo, inspirada en algunas de las conclusiones de una comisión que analizó lo ocurrido el 11 de septiembre de 2001, contiene por otra parte amenazas policiales nuevas a la libertad personal. Allí, como en leyes similares de otros países, se sientan las bases para legitimar en apariencia lo que en esencia es un Estado policía.

La verdadera democracia no es la práctica periódica del derecho de votar sino el ejercicio continuo de cumplimiento con la voluntad del pueblo. La mordaza de los medios de comunicación, como la establecida en Venezuela, es una manera de maniatar la libertad de expresión. Se puede desviar la opinión pública con mayor sutileza. Durante la guerra de Irak se ha censurado la cobertura de la llegada de los cadáveres de soldados estadounidenses muertos a suelo patrio y se ha sugerido a la prensa no publicar en detalle muchos acontecimientos dolorosos o vergonzosos.

La concentración del poder en la cabeza del ejecutivo altera los procesos democráticos. En América del Sur se ha dado el caso de la disolución de los parlamentos, con excusas intrascendentes, para complacer el capricho de los gobernantes de turno. Mediante argucias legales se ha permitido ahora que el presidente y el congreso de un país de la región hayan destituido a casi todos los magistrados de la Corte Suprema, en una demostración escandalosa de abuso de normas de apariencia legal. Y todos los tiranos de cuello y corbata siguen haciendo la apología de la democracia. Como la hace el señor Bush, uno de los demócratas menos auténticos, quien acumula el poder en beneficio propio mediante maniobras como el nombramiento de funcionarios cuya calificación para el desempeño del cargo es la lealtad irrestricta al presidente. Todos los países al sur de Canadá están en peligro de convertirse en democracias totalitarias.

Quizás los gobiernos sean totalitarios porque la sociedad no es democrática.

El mundo está dividido por fronteras, no todas geográficas. Hay barreras de etnia y hay muros de clase. Fuera y dentro de cada país, por consideraciones raciales, étnicas o regionales, los pueblos son enemigos unos de otros. En lugar de naciones homogéneas hay comunidades estratificadas por grupos de poder y de influencia. Mientras persistan los prejuicios y las revanchas no podrá haber verdadera democracia. Los gobiernos elitistas con grandes dosis de hipocresía y discriminación seguirán fungiendo de pseudo-democracias.

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