La hinchada del Rey que rabió

Tengo un nieto de dos años que es una verdadera maravilla. Habla como si tuviera siete, piensa mejor que casi todos los adolescentes, define su territorio con total autoridad, profiere insultos mayores que su edad, premia con sonrisas y con besos a quienes aceptan sus exigencias. Le dan unas rabietas de marca mayor cuando se le dice NO.

Tengo un presidente que también echa pataletas. Al Prepotente, un hombre rico que tiene un rancho grande en Crawford, Texas, en donde lleva a sus amigos los dictadores o los monarcas a cazar alimañas y a engullir comida típica de esos lugares, le da el patatús cuando no lo elogian a coro los gobernantes de lo que llaman el resto del mundo. Es un presidente chiquito que a principios de diciembre no ha tenido tiempo de contestar el mensaje de felicitación, con motivo de su tan merecida reelección, del presidente del gobierno de España, el que desconoció los valores morales y se atrevió a retirar las tropas de Irak. Es el presidente minúsculo a quien una rabieta contra el jefe del gobierno alemán lo llevó a meterlo al refrigerador de sus afectos por 17 meses.

Tengo un general secretario de estado (en retirada) que se enfada y miente por su jefe, el ranchero. Cuando Castro liberó, entre otros, a Raúl Rivero, este agradeció a Madrid las gestiones que culminaron con su excarcelación. Las autoridades de Estados Unidos atribuyeron a la presión internacional lo que fue éxito de Rodríguez Zapatero, el del mensaje sin respuesta (elmundo.es, 1 de diciembre) Un informe de la Cruz Roja, sometido al gobierno de Estados Unidos, afirma que en Guantánamo se practican formas de investigación equivalentes a tortura. El Pentágono también se enoja: el gobierno rechazó con dureza las acusaciones (The New York Times, 30 de noviembre) Como si la rabia del Estado corrigiera la evidencia de crueldad.

La grosería está también de moda en la vieja España. El ínclito don José María Aznar, ex presidente del gobierno español, compareció ante el congreso para decir que el objetivo de la masacre del 11 de marzo fue “volcar las elecciones” (elmundo.es 29 de noviembre) No ha sabido don José María aceptar lo evidente y como nunca respetó la voluntad popular, se ha dedicado a pasear su resentimiento por el mundo. Su amigo el presidente de Estados Unidos, el que no acepta congratulaciones del legítimo sucesor en la presidencia española, lo recibió en la Casa Blanca para compartir carcajadas después del 2 de noviembre.

Hay otros vecinos extraños. Al presidente de los antioqueños se le cruzaron los cables y salió por peteneras con motivo de la entrega de un guerrillero acusado de delitos horrendos, fugado de un lugar de detención de alta seguridad. Cuando el bandido se entregó días después, el primer mandatario lo recibió en lo que llaman Palacio, le estrechó la mano, lo sacó por televisión y dio orden para que descansara en un hotel de primera un par de días y pudiera allí reencontrarse con la familia. Fue el mismo mandatario ilustre que había prometido exterminar a los insurrectos y extraditar a cuantos Bush pidiera.

Es natural que los niños sean caprichosos, imaginativos, hasta mentirosos a veces. En la mayoría de las personas, sin embargo, a medida que avanza la edad los rasgos infantiles se atenúan y surgen en cambio la prudencia, la moderación y la generosidad. Cuando los líderes de los pueblos no superan el comportamiento propio de su más tierna edad someten a la gente a sus rencores, sus contradicciones y sus intromisiones. Las niñerías de los poderosos tienen al mundo lleno de tensión, de rencor y de miedo.

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