Entre las entidades internacionales que conozco, la OEA es la única en donde la llegada de un nuevo secretario general lleva aparejada una barrida general del personal. El énfasis que se pone en desalojar a los desafectos o desconocidos para enganchar a los favoritos destruye la capacidad de adelantar con eficacia las tareas sustantivas de la organización. En agrupaciones menos vulnerables y en consecuencia más eficientes la permanencia de equipos estables contribuye a garantizar una estructura más sólida. Tal vez por ello la OEA se ha convertido en una especie de cenicienta entre las organizaciones gubernamentales.
El doctor Miguel Ángel Rodríguez, quien dirigirá la OEA, tiene credenciales impresionantes. Doctor en economía de la Universidad de Berkeley, licenciado en leyes de la Universidad de Costa Rica, ganadero y negociante exitoso, dirigente político, profesor universitario, funcionario de la globalización, dos veces candidato a la presidencia de Costa Rica y en la segunda ocasión, electo al cargo. Cargo que confiere carácter. La presidencia de Costa Rica es una pera en dulce, el premio mayor entre las presidencias latinoamericanas. El presidente de Costa Rica es jefe de Estado y de gobierno de una nación civilizada que goza de respeto universal y carece de influencia global, comandante de un ejército de maestros, líder del país emblema del ecoturismo en América, anfitrión de muchos gringos jubilados, mentor de funcionarios que plantean desde hace décadas el presunto derecho de algún ciudadano costarricense a la secretaría general, suerte que por fin recayó en el doctor Miguel Ángel.
Como todo nuevo secretario general que se respete, el titular del cargo llega con una doble agenda, la de su programa político y la de sus intereses burocráticos. Y este llegó con una doble toma de posesión. El 15 de septiembre asumió lo correspondiente a su programa administrativo, glorificado por una reestructuración anunciada. Detrás de una propuesta adornada de lógica y hasta de visión, se esconde el verdadero tema de este nuevo secretario general, que como los anteriores tiene qué empezar a cumplir compromisos adquiridos en la campaña electoral en términos de puestos de los cuales habrá que desplazar a los funcionarios para reemplazarlos con los recomendados de los gobiernos. Dicen que llega a su cargo con un pesadísimo fardo de compromisos electoreros. Y en apariencia también con más convicción de hacer borrón y cuenta nueva: al saludar al personal, el doctor Miguel Ángel fue más lejos que sus antecesores, advirtiendo que la nueva estructura será financiada en parte con el recorte de sus derechos laborales.
Cuando apenas empieza el otoño en Estados Unidos, esa serena y decadente estación, el 23 de septiembre fue la fecha señalada por el nuevo secretario general para asumir el cargo ante el Consejo Permanente. En esa ocasión descubre su segunda agenda, la del lirismo hemisférico. Aún antes de conocer su discurso es fácil prever que reiterará su devoción a los principios que informan la OEA, como lo han hecho cuantos desde la tribuna interamericana pretenden definir el futuro del hemisferio. Dios lo ayude a defender la democracia, casi inexistente en las Américas pero sujeta a burlas y ataques en todas partes. A rescatar los derechos humanos, muchas veces subordinados a los intereses de los gobernantes. A lograr que los conflictos se resuelvan en paz y el progreso de los ricos no margine del todo a los excluidos. A promover la cooperación cuando las arcas de la entidad están vacías. El destino tenga piedad de la OEA e ilumine a su secretario general.
