Todavía recuerdo el asombro y la emoción que sentí hace casi cincuenta años, cuando vi por primera vez a Europa desde el aire y aterricé en Madrid. Se hablaba en Barajas un idioma muy parecido al mío, como los actores de teatro que visitaban a Medellín. Me atrapó esa ciudad vibrante y acogedora, con tantos lugares hermosos y divertidos, llena de gente sensacional. Muchos van en la memoria, como un matrimonio joven, acérrimo enemigo de Franco, bajo cuya oprobiosa dictadura tenían que vivir y pensar. El marido fue mi padrino de boda.
He vuelto muchas veces y ya no soy un turista extranjero que busca nuevos rincones y nuevas personas, sino un tipo que vive por un tiempo en la ciudad, haciendo las mismas cosas que hacen los madrileños. Cuando la larga dictadura de Franco aprecié la fortuna de ser libre y vislumbré el cinismo de los déspotas y sus secuaces, la amenaza y la mordaza de quienes pretenden decidir y actuar por los demás. Me impactó también verificar el odio profundo que la guerra civil sembró en los españoles y que aún persiste.
Después de la larga agonía liberadora del caudillo, vi cuando Adolfo Suárez violaba su estricta formación autoritaria y se enamoraba de la democracia. Me asombró el rey Juan Carlos, que sigue siendo figura prominente en la vida política, ungido sucesor por Franco y educado por este para serlo, poniéndose al frente de la libertad y del derecho para dar un golpe de gracia a los militares golpistas. Fui testigo de la gesta extraordinaria de Felipe González para incorporar a España en el mundo moderno y también de la triste languidez de su gobierno. Aznar, que lo sucedió, ha sido el menos carismático de los gobernantes españoles después de la guerra civil, arrogante y vanidoso. Se entregó a mister Bush cuando la guerra de Irak en contra de la convicción de gran mayoría de sus compatriotas y dicen que mintió después del 11 de marzo y por ello su partido perdió las elecciones.
Acabo de llegar cuando Zapatero se apresta a asumir el gobierno. Llegué el día del funeral de Estado por las víctimas de la catástrofe del 11 de marzo al cual asistieron sus familiares, los reyes y el gobierno de España, los dirigentes políticos y regionales y representantes de 50 países extranjeros. Los adornos de Madrid son lazos negros de luto. La ciudad no tiene la vitalidad de siempre, ha perdido su sonrisa de bienvenida, su talante abierto y alegre. Personas de distintos estratos coinciden en varios puntos fundamentales: la condena rabiosa de la masacre; el temor de que la polarización de los ciudadanos llegue a extremos capaces de producir otra hecatombe; y la sospecha de que Zapatero, quien no esperaba ser electo presidente del gobierno, no de la medida en tiempos turbulentos como estos.
Será por las muchas visitas a la villa del oso y del madroño o por la querencia que tengo por su gente, mi visión del futuro de España es diferente. Los españoles sabrán salir de la catástrofe por las ganas que tienen de vivir y el orgullo que sienten por su forma de vida. Para hacerlo tendrán que cultivar una solidaridad que supere el rescoldo de odio que hace años los llevó a la guerra civil. El líder que acaban de elegir ha hecho gala de virtudes que lo harán buen gobernante, al rodearse de colaboradores diestros y ecuánimes y hablar sin pelos en la lengua. La franqueza es una característica hispana no muy frecuente en América. Los periódicos del día, por ejemplo, hablaban del asesinato del jeque palestino Yassin ordenado por Sharon y su gabinete como lo que es, un asesinato de Estado. En Washington, los del grupo de mister Bush decían que todo el mundo tiene derecho a defenderse.