El ex presidente de Colombia y pronto ex Secretario General de la OEA César Gaviria, brindó apoyo al gobierno de su país al comprometer a la OEA como verificador de la desmovilización de los paramilitares. En una entrevista en El Tiempo (26 de enero de 2004) refiriéndose a una pregunta acerca de la manera como el gobierno colombiano conduce el proceso, dijo que podría haber empezado de otra manera, pero que el gobierno decidió empezarlo así.
La respuesta revela un curioso concepto de autoridad, muy común en América Latina. En la última década del siglo XX se puso punto final a las dictaduras militares y se inició la era de los gobiernos civiles autoritarios. En contraste con el mando de las botas y las charreteras, cundió la noción de que cualquier gobierno que surgiera de elecciones libres representaba al pueblo y era depositario de la democracia. No importa que de esa generación de mandatarios incubados en los comicios electorales surgieran tiranos civiles como Fujimori, malabaristas como Aristide, soldados golpistas como Chávez y Gutiérrez, dictadores reencauchados como Bánzer. Regímenes corruptos en América Central y del Sur. Para los abanderados de la nueva ola democrática, cualquiera que tenga mayoría de votos es un nuevo recluta de la democracia.
Cuando los generales abandonaron las casas de gobierno surgieron, en una bacanal democrática, innovaciones para asegurar que su espíritu mandón no dejara un vacío de liderazgo en las naciones americanas. El golpe de estado empezó a ser ejecutado por el Jefe de Estado, primero Jorge Serrano Elías en Guatemala, enseguida Alberto Fujimori en Perú. Desde los más altos ámbitos gubernamentales se interpretaron las constituciones para dar abrigo a quienes reemplazaron a presidentes depuestos por movimientos populares o por políticos aprovechados. Así se ha mantenido la supuesta tradición democrática en Bolivia, Ecuador, Paraguay. La múltiple sucesión presidencial imprevista y de emergencia salvó la imagen de la democracia argentina.
Los mandatarios de la nueva ola democrática y sus ciudadanos electores sufrieron nostalgia por el caudillismo tradicional. La reelección fue lograda por Menem, Fujimori, Cardoso y al parecer ansiada por Uribe. El más ambicioso de todos, el teniente coronel Chávez en Venezuela, reformó la constitución para asegurar su servicio a la patria durante toda su vida útil.
El resurgir de la democracia en América Latina ha tenido efectos positivos. Las restricciones indebidas a la libertad personal no pueden compararse con la represión, el pánico y las desapariciones y asesinatos de las dictaduras militares. Las tumbas de los mártires de los dictadores recibieron una sombra de respeto con la apertura democrática. Es evidente, sin embargo, que la conversión al gobierno del pueblo tiene todavía mucho camino por recorrer. Basta señalar la falta de nitidez entre la autoridad civil y la militar que en muchos casos coexisten en lugar de someterse al poder civil. La forma despectiva como el ejecutivo trata al poder legislativo, de manera que el cierre y reemplazo de los congresos es deporte preferido de algunos presidentes. O el status disminuido de jueces y maestros.
Por otra parte, mal de muchos consuelo de tontos. En la democracia ejemplar, el presidente Bush, decidido a aclarar las circunstancias que rodearon la entrada en guerra contra Irak que él lideró, ha creado una comisión “independiente”integrada por siete personas que él mismo nombró, para que informen al respecto unos cuantos meses después de las elecciones presidenciales de noviembre.