La reunión anual del Foro económico mundial en la ciudad suiza de Davos, arrancó sin rumbo. Klaus Schwab, fundador y presidente del foro, declaró que este año no hay ningún tema dominante (The NY Times, 21 de enero de 2004) Ante la vacuidad de las deliberaciones de los dueños del mundo, los organizadores se fueron por las ramas y para hacer el ambiente más relajado decidieron prohibir las corbatas.
La reunión del Foro social mundial antecedió en esta oportunidad a la asamblea del clan internacional de gerentes en lugar de coincidir como en años anteriores. No concurrió a un sitio distinguido de deportes de invierno, sino que llegó a Bombay, India. No hizo falta prohibir las corbatas. Tampoco fue necesario explorar cuál es el tema prioritario de los ciudadanos del siglo XXI, porque ya está definido en sus estatutos. Consiste en forjar una sociedad centrada en la persona humana.
El contraste entre Bombay y Davos define la distancia entre quienes participan en uno y otro foro. Bombay es una metrópolis de exclusión y miseria. Davos es el reclinatorio de los socios de los clubes campestres del mundo y sus invitados. Es asombroso que alguien en posición de cierto liderazgo sea tan obtuso e insensible para no percibir que el tema fundamental es la urgencia de cerrar la brecha de injusticia que separa a los privilegiados de los excluidos. El hambre de Bombay no se asoma por los vericuetos de Davos.
Es verdad que estos son sólo dos episodios entre innumerables iniciativas y reuniones. Pero arrojan una imagen clara de la separación de unos y otros. En Davos se analizan las corrientes macroeconómicas, se ensalza la globalización, se explica que el libre comercio es el antídoto de la pobreza, se afirma que la democracia capitalista es el único sistema aceptable de gobierno, se ensalza la invasión de Irak. Los gurús de las transnacionales y los profetas del imperialismo tienen allí tribuna privilegiada para lanzar su evangelio de dólares y euros.
Las inquietudes de Bombay discurren por otras vertientes. En el foro social se critica el neoliberalismo, se proclama la liberación del yugo del dominio del capital, se ataca el imperialismo, se afirma que un mundo diferente es posible. Las voces de los gobernantes que no se acomodan a las reglas vigentes, de los escritores y filósofos inconformistas, de los capitanes de quimeras y de los activistas de organizaciones no gubernamentales, expresan un mensaje alternativo.
Los grupos que dominan la política y las finanzas globales creen que Davos dice la verdad y Bombay es una expresión de desobediencia al orden internacional. Quizás se trate de defender un estado de cosas que beneficia a quienes lo usufructúan y descalifica a quienes lo rechazan. Hay, sin embargo, formas alternativas de analizar la situación. El orden mundial puede ser visualizado como la manera de disfrazar los profundos desequilibrios que constituyen la verdadera naturaleza de la estructura social. Las protestas, como expresión del cambio indispensable para lograr el equilibrio en la sociedad.
Hace pocos años el mundo estuvo dividido entre Este y Oeste, con ideologías irreconciliables. Hoy, la división no es geográfica ni ideológica. Se refleja entre los países industriales y los que aspiran a serlo, pero también dentro de unos y otros. La partición es entre los de Abajo y los de Arriba y en lugar de muros de contención está delimitada por la barrera del hambre y la miseria. La copiosa literatura sobre el tema no ofrece solución al desmembramiento de la humanidad.