Los tres Reyes Magos

Y ahora resulta que los señores Blair y Bush (sin la ayuda esta vez del inefable Aznar) reclaman todo el crédito por la sorpresiva decisión del coronel Muamar Gadafi de ingresar al sistema de la comunidad internacional, permitir la presencia y la actuación sin restricciones de inspectores en el territorio de Libia y desmontar los programas nuclear y de armas de destrucción masiva.

Gadafi, terror de súbditos y extranjeros, ha sido un personaje indeseable en el ámbito global. Desde hace años se emprendió dentro de Naciones Unidas una ofensiva diplomática encaminada a convencer al déspota africano de la necesidad de renunciar a la violencia y acatar el derecho internacional. Ese esfuerzo empezó a dar fruto cuando Libia admitió responsabilidad por el sabotaje de un avión comercial en vuelo y hubo indicios de que Gadafi quería reconciliarse con la humanidad. Las negociaciones entre los gobiernos de Libia, Gran Bretaña y Estados Unidos en los últimos 9 meses culminaron en la decisión de desmontar el programa libio de armamentos.

Algunos observadores reconocen la eficacia de la vía diplomática como camino para el acuerdo logrado, mientras otros alegan que el factor que convenció a Gadafi fue la invasión de Irak. La evaluación de las medidas alternativas que condujeron al objetivo deseado es importante porque en el mundo quedan muchos tiranos activos, que son siempre de alta peligrosidad para sus pueblos y en ocasiones amenazan a otros pueblos. Sería conveniente tener una idea de cuales son los métodos preferibles para enfrentarlos.

La historia, sin embargo, no es susceptible de medición estadística ni se la puede aislar en condiciones controladas en un laboratorio para verificar su naturaleza. Cómo saber, por ejemplo, cuántos iraquíes fueron torturados y asesinados a consecuencia del apoyo del gobierno del presidente Reagan a Sadam Husein en 1984, expresado por el entonces mensajero y ahora secretario de defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld. O cuántos argentinos no hubieran sido tirados al mar desde los aviones de la dictadura si el ex secretario de estado Henry Kissinger no hubiera brindado el tácito apoyo del gobierno de Estados Unidos al exterminio de la oposición. O cómo se hubiera debilitado la dictadura devastadora de Augusto Pinochet si hubiera carecido del respaldo estadounidense para derrocar al presidente Allende. En contraste, es también imposible calcular cuantas vidas salvadas y cuantos mutilados menos debido a los acuerdos de Camp David entre Egipto e Israel bajo la batuta del presidente Jimmy Carter.

Aparte de la evidencia concreta el análisis de la guerra y la paz sugiere los métodos preferibles para hacer historia. La fuerza es más rápida y más rotunda. Reconoce que una parte es más poderosa que otras. No intenta convencer a nadie, sino subyugar a quien se oponga. Como no hay acuerdo de voluntades, las tensiones persisten y las soluciones forzadas tienen corta duración. La negociación es más lenta para producir resultados pero los acuerdos alcanzados, que surgen de la convergencia de intereses, tienen raíces que permiten mayor durabilidad. La fuerza es irracional y sus resultados también lo son. La concertación se basa sobre la identidad de objetivos compartidos y es fruto de la razón. Aparte de que la diplomacia no es destructiva, no sacrifica vidas de tropas en conflicto y de civiles ajenos a la pelea, no exige reconstrucción sino progreso.

Otro factor a tener en cuenta es la preferencia de los ciudadanos. Todo indica que, aún en los países de los tres reyes magos, estadounidenses, británicos y españoles estuvieron en contra de la invasión a Irak. Si el mundo fuera una verdadera democracia gobernada por los deseos de la mayoría, viviríamos en paz.

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