Sin Alternativa

Hace unos días Salud Hernández-Mora, en una irónica y acertada columna de opinión en El Tiempo de Bogotá, deploró la incapacidad de los expertos colombianos para cuantificar, diagnosticar y prevenir la pobreza. Lástima que prejuzgara también los motivos que llevaron a Shakira y a Juan Pablo Montoya a establecer fundaciones para los necesitados. Cualquiera sea la razón que induzca a los famosos a dar de su imagen, su tiempo y su fortuna, el gesto no es despreciable.

Pero Salud tiene razón. En Colombia y en el mundo, la pobreza es la tragedia más común y más profunda. Hace años, cuando el padre de la actual canciller fue presidente, Virgilio Barco señaló la prioridad del alivio de la pobreza y hasta impulsó una conferencia interamericana sobre el tema en la OEA, de la cual sólo salió una declaración inane. Luego, en el gobierno académico de Gaviria, el cuatrienio controversial de Samper, el período nebuloso de Pastrana y el primer año del reino de Uribe, la pobreza en Colombia sólo ha sido título de proyecto.

Lo malo con Salud y con cuantos de una u otra manera nos hemos ocupado del asunto es que nadie ofrece alternativas para superarlo. Tal vez los programas del Banco Mundial, con sus ingentes recursos humanos y financieros, logren avanzar en el tema.

Joseph Stiglitz, economista galardonado con el premio Nobel, ha escrito el libro definitivo sobre la globalización y sus descontentos. Su análisis tiene la ventaja de ofrecer la perspectiva de alguien que con incontestable talento y formación profesional participó en la definición de la política económica global desde el consejo de asesores económicos del presidente de Estados Unidos y como economista principal del Banco Mundial. Su cuidadosa y despiadada crítica de los errores de los gobiernos de los países industrializados y de las instituciones financieras globales es contundente. El recuento de los disparates de los países en vías de desarrollo es de igual manera oportuno. Su libro, sin embargo, nos deja a los profanos con un interrogante. ¿Cómo puede alguien ser tan crítico de políticas en cuya formulación tuvo participación directa?

Tampoco ofrece alternativas radicales. Se limita a proponer cambios en los instrumentos de los gobiernos y las instituciones, sin reconocer que los descontentos de la globalización no provienen sólo de los mecanismos financieros y de las políticas gubernamentales, sino de la falta de operatividad racional de los mercados, que el profesor Stiglitz parece creer se puede superar con medidas modestas de intervención pública. Nos deja así con los crespos hechos: con una visión clara de los obstáculos pero sin enseñarnos cómo saltarlos.

El presidente de Estados Unidos se empeña en ganar el corazón y el voto de sus compatriotas y lo hace en estos días mediante el elogio de que él cree ser su política económica. El señor Bush goza de un optimismo contagioso que le impulsa a decir que la pérdida de casi 3 millones de puestos de trabajo en lo que lleva de presidente y la incorporación de un millón trescientas mil personas en las filas de pobreza en el último año cederán pronto a los beneficios derivados de sus cortes de impuestos a los más ricos. Y se atreve a explicar que la creación de un cargo de subsecretario en el departamento de comercio creará empleos. El gerente del mundo libre y abanderado de la moderna democracia capitalista nos coloca ante una disyuntiva: o está equivocado o no sabe de qué está hablando. Lo más grave, sin embargo, es la falta de contrapropuestas por sus contendores políticos.

En este mundo sin alternativas, tal vez sea hora de que llegue alguien capaz de desafiar la sabiduría convencional como lo fueron en su tiempo Adam Smith o Karl Marx, para proponer una estructura económica diferente que supere la catástrofe del marxismo y las injusticias del capitalismo.

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