Otros recuerdos de Chile

El 18 de septiembre se celebra el día nacional de Chile. La proximidad de esa fecha con la del golpe militar del 11 de septiembre de 1973 trae a la memoria vivencias aisladas y anecdóticas.

Era a finales de 1961 o principios de 1962 (recuerdo que todo estaba listo para la Copa Mundo de fútbol en la cual Chile fue tercero) en el país de la hípica, los buenos mariscos, los vinos de la tierra y la mejor democracia de América del Sur. Presidía desde allí el pensamiento social y económico del continente la figura cimera de don Raúl Prebisch, uno de los ciudadanos más inteligentes y humanos del hemisferio. Su concepto del mundo estaba enmarcada por la división entre centro y periferia Quería sustituir importaciones Estaba interesado en la protección de las incipientes industrias locales ante el poderío de las extranjeras, posturas tan anacrónicas según nuestros sabios de cabecera de principios del XXI. Era también gran propulsor de la educación como instrumento de civilización y desarrollo. De su CEPAL e instituciones satélites surgieron el ímpetu a la planificación del desarrollo y la práctica del presupuesto por programas, innovaciones fecundas hoy derrotadas por el culto a la anarquía económica.

Alguna tarde fui con mis compañeros de viaje a la terraza del Hotel Carrera, en diagonal a La Moneda, donde un grupo de señoras bien vestidas, con sombreros de la época, tertuliaban con caballeros de saco y corbata, de aspecto adusto. Ese escenario me sirvió de palco para contrastar la evolución política. Cuando empezó el gobierno de los demócrata-cristianos dos o tres años después, los contertulios de la terraza vestían ropa más deportiva y eran más jóvenes. Fueron sustituidos a partir de 1970 por compañeras y compañeros sin corbatas, que daban poca importancia a la moda y estaban más interesados en cambiar el atavío del país. Desde 1973, las reuniones tenían aire marcial y aún los que no estaban de uniforme y sus mujeres parecían parte de algún ejército conquistador. En suma, los grandes cambios no afectaban la estructura política aparente. Las elites seguían mirando el mundo desde el último piso del Carrera y los demás arrastraban sus penas por las calles de Santiago.

Pero aquello era sólo apariencia. El cambio fue profundo y traumático. En los años de Allende se notaba la tensión aún en reuniones sociales, donde partidarios y enemigos del gobierno rehusaban relacionarse. Se pasó del lujo a la pobreza: en las invitaciones servían espaguetis y en vinos sólo había escogencia entre tinto y blanco. Subsistía un ámbito abierto de libertad y surgía el compromiso de mejorar la suerte de las mayorías todo enmarcado en el respeto tradicional a las instituciones democráticas. En una prolongada visita, Fidel Castro jugó baloncesto con los muchachos en los colegios y alegó que las revoluciones no se hacen por las buenas.

Esas ideas y esa libertad desaparecieron en 1973 y fueron sustituidas por ecuaciones macroeconómicas en un estado policial. Fue la época en que los interlocutores de hoy desaparecían en el viaje de mañana, las gestiones para localizarlos y ayudarles recibían respuestas evasivas de personas influyentes en Washington y sólo años más tarde si acaso tenían buena suerte se sabía de ellos en algún país europeo, viviendo en la clandestinidad. Quienes querían que habláramos nos invitaban a dar vueltas por Santiago en automóvil porque temían la vigilancia en las casas, los hoteles, las calles. El estado de sitio reemplazó al Estado de derecho y el toque de queda a última hora de la tarde o primera de la noche me sirvió para aprender a jugar truco con colegas argentinos, en la seguridad del hotel. El placer de aterrizar en Chile dio paso al gusto de decolar.

Un poco más tarde, mientras asistía a la reunión de una organización internacional, encontré en el escritorio de mi habitación a dos tipos –que se la pasaban leyendo los periódicos en el vestíbulo del hotel– esculcando mis libros y papeles. Cuando reclamé me contestaron que estaban allí por mi propia seguridad. Lo cual confirmó mi repulsión, que subsiste, a los gobiernos que hacen de la seguridad su principal objetivo y a los trucos que inventan para lograrlo.

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