Cuando el lenguaje era más directo y más claro, los llamaban mercenarios a esos grupos de aventureros, de idealistas y de malhechores que iban a la guerra por la paga del emperador extranjero de turno. A unos y otros los despreciaban porque no ha sido bien visto por la historia comprar las tropas y menos aún, dejarse comprar. Ahora los llaman aliados en la lucha contra el terrorismo y cuestan mucho más dinero porque el emperador de turno es riquísimo.
El caso más visible es el de Turquía, que pidió a Estados Unidos 32.000 millones de dólares de ayuda para acoger en su suelo a 62.000 soldados estadounidenses que ataquen a Irak desde el norte, mientras la Casa Blanca ofreció apenas 26.000 millones. La información acerca del negociado para resolver la “crisis” se ilustró con lujo de detalles y con objetividad espeluznante en los periódicos y televisión globales, como si se tratara de la fusión de dos grandes empresas, o de la compra de un enorme negocio. La publicidad del episodio da para pensar que no se trata de un incidente aislado y que en la coalición mundial de lucha contra el terrorismo hay más de un gobierno uncido a los cabecillas de la guerra por simples consideraciones monetarias.
No es sólo lamentable, es denigrante que la suerte de la humanidad se la jueguen los mercaderes a la oferta y la demanda y que las lealtades se compren y se vendan en Wall Street.
José María Aznar, presidente del gobierno de España, es un servidor obsecuente de George W. Bush, gerente de Estados Unidos de América. Según las encuestas de opinión, 80 por ciento de los españoles se opone a la guerra contra Irak sin el aval de las Naciones Unidas. El presidente, que hasta donde se sabe fue electo por los mismos españoles de las encuestas, está empeñado en cantar segunda voz a las marchas guerreras de su principal en Washington. En su afán belicista llegó al extremo de hacerse invitar por su homólogo mexicano, de paso al rancho del tutor gringo, a una visita impertinente en la cual trató de convencer a Vicente Fox de cambiar la postura de México en el Consejo de Seguridad y en la que fue por lana y salió trasquilado: el mandatario mexicano rehusó participar en cualquier aparición o declaración conjunta y pareció más bien avergonzado de su entrometido huésped. Aunque con México nunca se sabe cual será la postura final.
La arrogancia del mandatario peninsular pone en riesgo la democracia española, conquistada esa sí a sangre y fuego después de una espantosa guerra civil y de una dictadura atroz e interminable. El protagonista de una excelente pieza teatral, Las Bicicletas son para el Verano, dice cuando Franco se instaló en el poder: “Esto no es la Paz, es la Victoria.” Aznar profesa esa filosofía de la victoria pasando por la guerra, evitando la distracción de la paz. Su postura belicista no es democrática, contradice a las cuatro quintas partes de sus conciudadanos.
En el Reino Unido al primer ministro Tony Blair le pasa lo mismo, pero en inglés. Más fácil de comprender que lo de España, porque la relación con Estados Unidos es la de una madre anciana con el hijo rico. Menos lógica, sin embargo, porque el primer ministro era hombre de centro izquierda, promotor de una nueva vía, que se le convirtió en autopista norteamericana. Blair, como Aznar, traiciona a la gran mayoría de sus compatriotas en la decisión más importante de su gobierno.
Junto con las democracias subyugadas por la arrogancia de los dirigentes, hay las socavadas por el terrorismo. Estados Unidos, la más antigua democracia, sacudido por las criminales devastaciones del 11 de septiembre de 2001, ha abjurado de muchas garantías a las libertades fundamentales para establecer paso por paso un régimen de desconfianza e intromisión en la vida privada de los ciudadanos y demás habitantes del país. Colombia, otra democracia tradicional en América, ha caído en una peligrosa preponderancia del ejecutivo avalada por los ciudadanos, cansados de abusos e inseguridad.
Los sistemas regionales y la organización mundial son también objeto de ataques antidemocráticos. Estados Unidos desbarató el sistema interamericano cuando la guerra de las Malvinas, al desconocer la resolución de apoyo a Argentina aprobada en la OEA y preferir su alianza del Atlántico Norte que lo alineó con el Reino Unido. Ahora pretende minar la unidad europea atrayendo las naciones de Europa Central y del Este y haciendo la corte a España e Italia.
Con descaro digno de mejor causa Colin Powell, el general secretario de estado del grupo Bush, declaró en China, en donde fracasó en su descabellado intento de uncir un nuevo gobierno al carruaje de la empresa de la Casa Blanca, que si el Consejo de Seguridad no aprobara en un plazo perentorio una resolución favorable a los intereses de su país, Estados Unidos iría a la guerra. Este gesto marca un nuevo hito en la historia de la globalización, el chantaje de espectro mundial. Le da también un entierro de segunda al espíritu democrático de las Naciones Unidas.