Millones de ciudadanos anónimos en todos los rincones de la tierra rendimos homenaje de admiración y gratitud al señor Jimmy Carter, abanderado de la razón y el ideal, a quien se ha conferido el Premio Nobel de la Paz 2002.
Ha sido una coincidencia irónica que con sólo horas de diferencia el congreso de Estados Unidos haya autorizado al presidente Bush el uso unilateral de fuerza contra Irak y un comité en Noruega haya reconocido al más destacado de los estadounidenses como símbolo internacional de las grandes aspiraciones humanas: la paz, la libertad, los derechos humanos. La autorización parlamentaria al ocupante de la Casa Blanca, válida y requerida según la ley nacional, es desquiciada y desquiciante en el ámbito global. La obra del ex presidente Carter seguirá influyendo el futuro en sentido positivo, como sus acciones lo han hecho hasta ahora.
El descontento es quizás la sensación humana más difundida. Muchedumbres enteras lo soportan sujetas por el terror en lugares como China, Irak, algunas de las antiguas repúblicas de la Unión Soviética, muchos países de África y de Asia. Otros lo encauzan hacia la expresión de la violencia o la amenaza del uso de la fuerza, desembocando en conflictos internacionales o confrontaciones entre grupos armados de un mismo país. Algunos organizan protestas callejeras, justificadas o no, para mover del pedestal a los poderosos de la política, el comercio o las finanzas. El despotismo, las matanzas o las manifestaciones han sido incapaces de remover el descontento porque no se preocupan por arrancar sus causas.
La derrota electoral que impidió a Jimmy Carter consolidar en un segundo período presidencial muchas de las iniciativas esbozadas en el primero y arrebató a la humanidad la oportunidad de contar por cuatro años más con un presidente honesto y visionario, no afectó su voluntad ni su capacidad de servicio. El próximo 15 de noviembre se cumplirán 20 años desde la creación del Carter Center (Centro Carter) una institución única que se dedica a trabajar en un número cada vez mayor de naciones para promover la libertad, consolidar la democracia, reclamar el respeto de los derechos humanos, mejorar la calidad de la salud, de la vivienda, de la educación y abrir oportunidades económicas para la gente. El señor y la señora Carter han sido los líderes de esas campañas y las han orientado de manera invariable por canales de aceptación, diálogo y tolerancia. En sus misiones civilizadoras, Jimmy Carter ha proclamado siempre su verdad y ha respetado la libre determinación de sus anfitriones. Por eso ha sido capaz de llegar por las buenas a sitios donde otros sólo querrían acceder por las armas.
América Latina ha sido objeto preferencial de las virtudes de conciliación y empatía del ex presidente Carter. Mientras muchos de sus antecesores y casi todos sus sucesores en la presidencia de Estados Unidos han presidido sobre complots para derrocar gobiernos legítimos, han acudido a subterfugios para apoyar dictaduras opresivas, han interferido con elecciones que deberían haber sido libres, han organizado y financiado bandas armadas irregulares, el señor Carter ha reconocido la soberanía de Panamá sobre el Canal, ha intervenido para garantizar elecciones libres, ha defendido los derechos humanos, ha procurado el avenimiento de facciones contenciosas, ha procurado conocer la verdad y ha denunciado lo que encuentra execrable, ha propuesto soluciones atrevidas y ha sido fiel a su vocación de servicio.
Esa fidelidad a su destino es lo que ha sido premiado. En la entrevista concedida a la cadena de televisión CNN el día en que su premio Nóbel fue anunciado, Jimmy Carter contestó que habría votado NO si hubiera tenido voto en el senado unas horas antes, cuando se refrendó la vía abierta al presidente Bush para usar la fuerza. Momentos más tarde, reiteró por enésima vez su propuesta de abolir las restricciones de viaje de los ciudadanos de Estados Unidos a Cuba y de levantar el bloqueo a ese país. Aún en el ambiente de complacencia y buena voluntad que rodean un acontecimiento como el anuncio del galardón mundial de la paz, quien lo va a recibir no intentó siquiera disimular sus convicciones. El Premio Nóbel de la Paz es hombre de principios y hombre de palabra. Para que la gente no olvide que la adherencia a los valores éticos y la hombría de bien son ingredientes indispensables para la convivencia humana.