LA IRRACIONAL ATRACCIÓN DE LO PROHIBIDO

La marihuana fue en cierto sentido precursora de las drogas de nueva generación que se han apoderado de la humanidad. En la actualidad parece que sea de nuevo abanderada, ahora de cambios favorables en el tenebroso mercado de lo prohibido.

Las últimas décadas del Siglo XX y comienzos del XXI han registrado una expansión exponencial del feo negocio de las drogas, cuyos mercaderes se han apoderado de inmensos beneficios al amparo de la prohibición. Con esos dineros mal habidos se financian las fechorías de grupos armados irregulares, se reclutan sicarios en ciudades de todos los continentes, se agiliza la corrupción y se compran tarjetas de presentación ante los sindicatos delictivos del mundo. Los crímenes perpetrados por los narcotraficantes y sus compinches no necesitan reiteración: desde las favelas de Río de Janeiro a las comunas de Medellín, en los parques de Londres y en las esquinas de Washington, los robos y secuestros, la extorsión y el asesinato, el adiestramiento para la muerte, son lacras que corroen la sociedad contemporánea.

La hecatombe global asociada al narcotráfico ha provocado comprensible pero violenta reacción de muchos gobiernos que, apoyados por grupos civiles, han emprendido lo que ellos llaman guerra sin cuartel contra las drogas, cuya premisa fundamental es la proscripción. Los instrumentos de la lucha oficial son represivos: encarcelamiento de los capos del negocio y de los consumidores, grandes y pequeños, a quienes se aplican sanciones ejemplares; mayores salvaguardas aduaneras y vigilancia fronteriza, persecución de cargamentos y decomiso y destrucción de la mercadería; erradicación de cultivos, inclusive mediante fumigación aérea. Los programas de sustitución voluntaria de cultivos y de educación de los consumidores son marginales en comparación con esas armas de lucha policiva. La guerra contra las drogas ha absorbido recursos enormes y ha tenido resultados magros. Parece que no se haya pensado que la prohibición atrae a quienes quieren evadirla, induce a quienes la imponen al uso de la fuerza y deforma los precios y los réditos del negocio. Prohibir y castigar no es la estrategia apropiada.

El consumo de drogas se origina muchas veces en la experimentación mal informada, crea hábitos y degenera en adicción, siendo así tema propio de la educación y de la salubridad pública. Los rendimientos de las plantaciones que producen la materia prima de las sustancias alucinógenas son mayores que los de cultivos alternativos y el tráfico de drogas rinde beneficios monetarios exorbitantes. El precio de las drogas y las utilidades de sus productores y mercaderes no están determinados por el simple juego de la oferta y la demanda. La prohibición eleva los precios y resulta en esas utilidades escandalosas que estimulan la producción, atraen el mercadeo y facilitan el consumo.

Frente al sombrío panorama de crímenes y confrontación surgen avances que aunque todavía limitados, son promisorios. En algunos de los países más civilizados de Europa se ha progresado desde hace años en la legalización. En el pasado inmediato, Inglaterra ha rebajado las penas por posesión y uso personal de marihuana. En Canadá un comité del senado ha propuesto que se legalice el consumo, se permita el cultivo por personas con licencia para hacerlo y la venta en expendios con control estatal. Fuera del ámbito federal, nueve estados de Estados Unidos permiten el uso de la marihuana con propósitos médicos. En las elecciones de noviembre próximo tres estados someterán a plebiscito la rebaja de penas y en otro, Nevada, se votará la propuesta de despenalizar la posesión, consumo, producción y venta, con la adopción de medidas de control. En ese país la colisión de competencia entre la jurisdicción federal y las estatales permite que el gobierno de Washington siga persiguiendo actividades cuya legalidad ha sido refrendada por los ciudadanos, con la participación de la famosa DEA, de tan abierta intervención en campañas represivas en países como Colombia. La campaña de despenalización de las drogas es todavía incipiente, pero se ha pasado de la etapa de declaraciones aisladas a la de adopción de medidas concretas. Ojalá se amplíe en el mundo el ímpetu hacia la legalización que acabe con el culto a lo prohibido y con el empeño en la confrontación. Tenemos suficientes guerras sin la guerra contra las drogas.

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