Prejuicios y Majaderias

En Kansas City, en el corazón del país de las libertades civiles y el respeto al individuo, en el amanecer del Siglo XXI, la directora de un colegio suspendió por dos días a un alumno por haber dicho una frase en español en un corredor del edificio. El padre del niño suspendido declaró en una entrevista que algunas personas cuando notan su acento parecen sugerirle que se vuelva al país de donde vino (The Washington Post, 9 de diciembre de 2005) Hace 50 años en la ciudad de Filadelfia, cuna del culto a los derechos humanos en el mismo país, cuando recién llegado a estudiar en una universidad prestigiosa mi falta de conocimiento del inglés me animó a acudir a la oficina de un profesor para que me ayudara a entender lo que había explicado en clase, el tal profesor me dijo que si no sabía inglés me volviera a mi país. Son episodios de distinta importancia pero reflejan, entre otras cosas, lo persistente de los prejuicios y la controversia sobre el valor relativo de los idiomas que se hablan en una sociedad multicultural.

El padre del niño suspendido tenía toda la razón en quejarse. En todos los países que conozco, incluida Colombia donde se alega que no hay prejuicios y los hay en escala superlativa, la mala voluntad maliciosa hacia personas de otro color, origen o condición es factor dominante en la vida social, afectando todas las relaciones humanas y delimitando de manera arbitraria las fronteras a donde las personas pueden llegar, dependiendo de su color, creencias o afectos en comparación con los de los ricos o poderosos. Tanto es así que en Estados Unidos se adelantan investigaciones serias para determinar si el exceso de prejuicios puede ser clasificado como enfermedad mental.

La directora de la escuela que determinó la suspensión y mi profesor de hace 50 años fueron sin duda ejemplares de ese grupo amplio y poderoso que ha envuelto la civilización occidental y cristiana en un velo de aberración, una de las fuerzas negativas que han convertido al mundo en escenario de recriminaciones sin base y plataforma de guerras absurdas.

Pero esos modelos de incomprensión estaban a la vez proponiendo una tesis válida. Quienes pretenden vivir en un determinado país afrontan ante todo la obligación de aprender a comunicarse con sus vecinos. Para ello, aprender el lenguaje de la comunidad es indispensable. Al mismo tiempo, preservar la identidad es legítimo y demanda mantener vivo el idioma de origen. En el caso concreto de Estados Unidos, la llamada comunidad hispana tiene que admitir que su necesidad primordial es aprender un grado de inglés que la haga funcional y reconocer que ello no es contrario en absoluto a su noble empeño de seguir siendo lo que es.

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