Lo que Bush dejara como legado

El más probable legado de la era Bush será la pérdida de influencia de Estados Unidos.

En otros empeños ha fracasado. En China, uno de los blancos principales del intento de conversión universal a la democracia capitalista el gobierno, en prenda de la libertad de expresión, advirtió que sólo podría garantizar cobertura televisiva para la visita del democratizador cuando el domingo montara en bicicleta con los atletas olímpicos (The New York Times, 20 de noviembre).

La venta del libre comercio, tan productivo en réditos para su país, se descarriló con estrépito en la Cumbre de las Américas de Mar del Plata, está empantanado con las naciones andinas y no acaba de arrancar en las negociaciones de la ronda Doha.

El intento de desbaratar las instituciones internacionales ha fracasado. Después de “desfirmar” el tratado de Roma y enfilar cañones contra la Corte Penal Internacional se decidió comprar pactos de inmunidad para los ciudadanos estadounidenses, negando ayuda económica a los gobiernos que no los suscribieran, una especie de coima al revés. Pero la Corte existe y es signo de días mejores en el panorama mundial.

En cumplimiento de la promesa de “restablecer” la dignidad y la honestidad en el gobierno se han acumulado numerosas investigaciones penales y procesos de funcionarios de la Casa Blanca, del congreso y de las grandes corporaciones.

La transparencia de la administración va desde el desencuentro con las armas de destrucción masiva en Irak y el aterrizaje espectacular en el buque de guerra para cantar “Misión Cumplida” muchas muertes antes del momento actual, hasta la afirmación de que no se tortura a pesar de la evidencia fotográfica, anecdótica y judicial en contrario.

El paladín de un sector federal más restringido promulgó la ley de auxilios parlamentarios más cuantiosa de la historia. Para aspirar al Oscar de la lógica parece preferir que se investigue quién delató la existencia de prisiones secretas de la CIA, en vez de explicar cómo y por qué tales prisiones existen.
El señor Bush ha demostrado que Estados Unidos no es la superpotencia indiscutible. El fracaso militar en Irak ha coincidido con la vertiginosa expansión de la economía china y la consolidación gradual de la Unión Europea. En tales circunstancias la inesperada debilidad militar estadounidense abre la posibilidad de que China asuma el papel que desempeñó la Unión Soviética y que Europa tenga peso creciente en la determinación del equilibrio global. Hasta Rusia puede reclamar su parte. Durante su gira asiática, además de pedalear con los olímpicos en Beijing, el señor Bush hizo suya la propuesta Putin para contener el impulso nuclear de Irán.

Como herencia de la debilidad de Bush, la política internacional de quienes lo sucedan tendrá que ser menos arrogante y agresiva. Considerar el nuevo equilibrio mundial como conveniente o no para la humanidad dependerá del juicio y los intereses de cada uno. Lo que parece incontestable es que el señor Bush ha igualado el récord de comandante en jefe alcanzado en Vietnam por Johnson y Nixon y ha sepultado el éxito de Gorvachov, Reagan y Juan Pablo II como demoledores de barreras políticas. Legará a la historia del futuro un Estados Unidos más débil, menos capaz de determinar el curso de los acontecimientos, o sea lo contrario de lo que quiso hacer. Ha tenido éxito involuntario en minar el poderío del país que se empeñó en liderar.

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