Los que pagan los platos rotos

Ni siquiera una catástrofe de la magnitud de la que causó el huracán Katrina logra atenuar las barreras ideológicas que hacen tan difícil la convivencia social. Pasado el choque del primer impacto cuando el pueblo estadounidense se volcó en ayuda de los damnificados por la tragedia y la pirámide gubernamental abrió concurso de demoras y errores llegó la hora de la magnanimidad espiritual: los líderes admitieron su culpa, lanzaron investigaciones dirigidas por sus subalternos y encararon la ingente tarea que espera al país, el rescate y la reconstrucción de la zona arrasada por la tormenta.

Es obvio que el proceso que se abre no tenga todavía forma concreta y el camino a recorrer carezca de detalles. La evaluación del daño y el diseño de acciones y obras para superarlo requieren estudios, meditación y mucho tiempo. Hay consenso, desde luego, que su costo será inmenso y curiosidad sobre como afrontarlo.
No hubo duda alguna sobre la forma de financiar el proceso y la determinación de quienes deben pagar los platos rotos. El presidente de Estados Unidos definió en seguida ambas cuestiones, cuando aseguró que no habrá aumento de impuestos para resarcir la devastación de Katrina y aseveró que los costos pueden absorberse mediante recortes en gastos gubernamentales innecesarios.

Ese dogma presupuestal plantea algunos interrogantes: en primer lugar, si hay fondos sobrantes en el presupuesto para financiar gastos de la extraordinaria magnitud prevista, la conclusión lógica sería que los recursos de los contribuyentes se usan para sustentar programas inútiles. Cabe entonces preguntar cuales serían los cortes para alcanzar ese fin: ¿tal vez los auxilios parlamentarios? El congreso republicano aprobó y el presidente republicano promulgó los mayores de la historia en 2005. Los mismos que representan al partido que sigue la inspiración de Ronald Reagan, según la cual el gobierno no resuelve problemas, el gobierno es el problema. ¿Quizás los asociados a la guerra de Irak? Parece una aventura de la que debe buscarse salida. Desde el punto de vista político, es muy improbable que gastos como estos sean motivo de disminución. Como siempre, los programas sociales son los más fáciles de recortar y los que mejor permiten que los sacrificados no sean muy visibles.

Al renegar de la financiación mediante impuestos se renunció a la posibilidad de procurar la participación colectiva con equidad en el financiamiento de lo que es recuperable–desde luego las vidas perdidas y la confianza en el gobierno no lo son– con medidas tributarias generales y progresivas. Pero quedó abierta otra posibilidad, el endeudamiento que es donde parece inclinarse la balanza y que tendrá la ventaja de legar el pago de los platos rotos a quienes tengan que pagar la deuda más adelante, sin que nadie desde luego los haya tenido en cuenta al hacer las cuentas, porque ni votan, ni protestan, ni existen todavía.

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