Los Latinos no somos diferentes

El 15 de julio pasado El Tiempo de Bogotá informó que se hablará español en el congreso de Estados Unidos. Varios comentarios al respecto en el mismo texto periodístico dieron testimonio del creciente interés de los políticos en captar el voto “latino” y de su necesidad de usar el idioma que entienden esos votantes.

Más que orgullo comunitario el ascenso del español a las cámaras legislativas de Estados Unidos debe despertar preocupación y provocar reflexión. Los latinos, orgullosos de nuestro idioma y nuestra cultura, no debemos proyectar la imagen de ser un grupo aparte, especie de auto segregación que nos vuelve más vulnerables a la discriminación proveniente, por ejemplo, del invento de una “raza hispana” por el Bureau of the Census de Estados Unidos.

Quienes aquí vivimos, cualquiera sean los motivos para hacerlo, tenemos el deseo y la necesidad de incorporarnos en la sociedad que nos rodea y compartir sus intereses, sus aspiraciones y sus logros. Por naturaleza, el ser humano es animal social y no obstante diferencias y malentendidos, quiere mantener su identidad al mismo tiempo que ser parte de la comunidad más amplia en donde trabaja, piensa, escribe y sueña.

El latino tropieza con la insistencia en ser identificado como si tal característica lo definiera por completo. Un ejemplo personal anecdótico, cada rato me llaman Carlos cuando yo me llamo José. No sólo la señora vecina a quien conozco hace años y de quien conté alguna vez, sino el administrador del centro de actividades del condado, o el chico afro-americano encargado de la recepción en el sitio donde trabajo como voluntario, me saludan o despiden con la mayor afabilidad, siempre endilgándome el nombre de Carlos. La razón es simple: Carlos es un nombre muy “latino” y yo también lo soy, más oscuro de piel que los nativos del lugar, inmigrante por definición y con un acento español bien marcado, más de 40 años de procurar acomodarme al mundo que me rodea han sido del todo insuficientes para hacer que deje de ser clasificado como típico latino.

Mis compañeros de minoría aspiran sin duda tanto como yo a que los de la mayoría dejen de considerarnos como votantes potenciales a quienes se atrae con una mala imitación de su idioma y unas cuantas promesas electoreras. No es suficiente escuchar unas pocas palabras del presidente Bush en un idioma equivocado o el impecable idioma de don Jeb, su hermano de Florida, cuando le dijo al Rey de España que ¡Viva la República!

Lo indispensable es hacernos entender y para ello aprender inglés. De hecho, hay qué dejar de ser minoría e incorporarnos a la vida estadounidense como lo hicieron otros, entonces minoritarios, en el pasado. Este es un país de minorías que se han vuelto partes del todo.

No hay razón para jactarnos de que se hable español en el congreso. Habrá motivo de orgullo cuando el congreso escuche y apruebe nuestros reclamos de miembros de la sociedad, no de representantes de una minoría artificial.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

one × two =