Un buen ejemplo del tema, los dos últimos presidentes de Estados Unidos. Se dice que Clinton mintió a su familia y al país sobre un aspecto de su comportamiento sexual. Mentira grave que dio origen a un proceso de impugnación en el congreso. Se piensa que Bush mintió al país y al mundo sobre la existencia de armas de destrucción masiva en Irak. Mentira leve que dio origen a una guerra sangrienta y a la reelección del presidente.
No es fácil para alguien que no se haya formado en el modelo cultural estadounidense comprender la aparente gravedad de la mentira de Clinton ni el supuesto perjurio en que se dijo incurrió con su definición de relación sexual. En nuestros países nadie tiene obligación de acusarse a sí mismo. En los de extracción anglo-sajona, parece ser que sí. En el sofisticado mundo empresarial de Estados Unidos los patrones éticos son laxos. En el círculo social son estrictos. Y así la aventura con una interna puso en jaque al hombre más poderoso de la tierra.
Ejercer como el hombre más poderoso de la tierra fue el objetivo central de Bush II y a fe que lo ha logrado. Resuelto a vindicar la memoria de su padre aplastando a Sadam Husein leyó a su modo la “inteligencia” (así se llama en inglés la literatura producida por el espionaje) para convencer a sus ingenuos compatriotas que se avecinaba la catástrofe total con las armas de destrucción masiva que Husein estaba listo a emplear para arrasar a Estados Unidos y los embarcó así en una guerra, parte cruzada y parte misión de fe en la democracia que ha evolucionado hacia una pelea sangrienta entre dos segmentos de la humanidad.
A propósito de esa inteligencia, nada tiene que ver con la capacidad de razonar y deducir en forma adecuada. El cartel que anuncia la entrada a la CIA en una carretera de Virginia, dice: “Centro de Inteligencia George Bush” (nombre del padre de la criatura) No quiere decir que George Bush sea centro de inteligencia.
No es difícil comprender, aún con un conocimiento superficial de los estadounidenses, que hayan sido tan crédulos y prontos a unirse al rebaño proveniente de Texas. Imperio sin emperador, los hijos de George Washington viven listos a ungir un rey y por el momento rinden tributo al presidente, al que se trata con respeto reverencial a no ser que haya entrado en conflicto con la moral colectiva, que es aquella que nadie practica pero todos proclaman. El presidente es además símbolo patriótico. El patriotismo de los gringos es visible en alto grado desde las formas más rastreras (las banderitas en los automóviles, los himnos en las competencias deportivas) hasta las ofertas generosas de la vida propia y las ajenas. Bush empuñó la bandera y salió ganando.
En el resto del mundo se piensa distinto. Los europeos, por ejemplo, no pudieron entender cómo la vida sexual de Clinton tuviera algo que ver con su papel de gobernante. Tampoco comprendieron cómo un país habitado en su mayoría por personas civilizadas se volcara para refrendar el mandato espurio de Bush en las elecciones de 2004.
Para nadie es un misterio que vivimos una época incoherente. El mundo islámico convoca una guerra inspirada en el fanatismo religioso más extremo y el jefe del mundo libre proclama una guerra de liberación y de siembra democrática sin más límites que el triunfo total. Los pueblos de muchas naciones rinden tributo a la deliberación, el diálogo y la solidaridad, cuando otros se inclinan ante el destino profético que parece inspirar a los súbditos del señor Bush. Ojalá aprendamos a respetar la vida privada de los gobernantes y a rechazar las mentiras de quienes nos engañan.