Síndrome del sabelotodo

La actitud de los gringos frente al deporte define su idiosincrasia nacional e inspira su política exterior. En béisbol, en fútbol americano, en básquet, disputan cada año entre equipos locales el campeonato del mundo. No son apenas los mejores, son los únicos. Tienen el síndrome del sabelotodo.

El ilustre tejano que habita estos días en la Casa Blanca es el más gringo de los gringos. George W. Bush se desempeña como si fuese un regalo de Dios a Estados Unidos. Actúa y piensa en postura de infalibilidad y creyendo en su capacidad infinita de acertar nos tilda de idiotas a todos los demás.

Amnistía Internacional, entidad que goza de prestigio y que no comulga con las reglas de juego del señor Bush publicó un informe en el que se detallan aparentes violaciones de los más fundamentales derechos humanos ocurridas durante lo que va corrido del gobierno republicano y en sectores que al menos en teoría debieran estar bajo la administración del presidente y sus inmediatos colaboradores. Imbuido de su síndrome de sabelotodo, Bush calificó de absurdo el informe y desvirtuó las acusaciones diciendo que provienen de presos resentidos, muchos de ellos enemigos jurados de Estados Unidos, sin tener en cuenta que la presunta falta de credibilidad se debe a la posición en que los ha colocado su gobierno al detenerlos y tratarlos al margen de la ley, poniéndolos en situación de inferioridad para chutar cargos contra los dueños del juego.

Los demás países de América no se han contagiado del virus de saberlo todo y por el contrario han asumido a través de los años, con contadas excepciones, una actitud de admiración extrema por Estados Unidos que les ha hecho terreno fecundo para que el “destino manifiesto” de ese país siga haciendo de las suyas con la política de “América para los americanos”.

En su salida más reciente el gobierno estadounidense propuso en la Asamblea de la OEA un mecanismo que estaría encargado de vigilar la manera en que los gobiernos del hemisferio ejercen u obstaculizan la democracia. La propuesta recibió cordial rechazo pero como las iniciativas de Estados Unidos no se desprecian, la declaración de la asamblea contiene trazos de la iniciativa del señor Roger Noriega, subsecretario de estado para América Latina e hijo en política del inolvidable Jesse Helms.

Surgen muchas cuestiones respecto del nuevo papel de vigilante de la buena conducta democrática en América que la OEA se apresta a explorar. La más apremiante se refiere a la definición de democracia que sirva como modelo con el cual se comparen las presuntas acciones heterodoxas de los gobiernos latinoamericanos. La de Bush no debería servir de punto de comparación, a no ser que las acusaciones de Amnesty International sean pura ciencia ficción. Al fin y al cabo no es deseable inducir a los líderes del hemisferio a adoptar las políticas de espionaje de la población civil o encarcelamiento sin recurso a jueces ni abogados, ni cargos definidos, que el gobierno de Washington ha puesto en práctica como adornos de su respeto a las libertades civiles.

Ni hay en América Latina un modelo democrático, porque los pueblos, sus gobiernos y sus leyes, son diferentes. Lo que Fidel llama democracia no es la de Tabaré Vásquez, la de Lula no es la misma de Uribe, la de Lagos no es la de Chávez, en La Paz no se gobierna con los mismos estándares de Ciudad de México. Ocurre que cada país es distinto y cada gobierno singular. El intento de acomodar en molde dictado desde el Norte el maltratado concepto de democracia es no sólo inútil sino irracional.

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