El avión y la bicicleta

Hay temas más apremiantes que la seguridad nacional (asunto que a su vez afecta la seguridad global) entre ellos el ciclismo. Lance Armstrong ha anunciado su retiro después de la próxima Vuelta a Francia y el presidente Bush se ha tomado muy en serio la necesidad de encontrar quien lo reemplace.

Un miércoles hacia el medio día, después de un extenuante viaje por tierras de la antigua Unión Soviética donde aprovechó la oportunidad para cimentar su amistad con Putin, símbolo de la nueva democracia tras el desplome del Kremlin y de opinar sobre asuntos internos de Rusia alabando a los pequeños Estados bálticos liberados de Moscú y elogiando –él que es tan amigo de las soluciones drásticas—la revolución de las rosas en Georgia, el ínclito mandatario estadounidense se reunió con varios miembros del congreso de su país para anunciarles que Rusia es nuestro amigo, no nuestro enemigo. Dicho lo cual, en toda profundidad y trascendencia, se puso la pantaloneta y se fue a montar en bicicleta en compañía de un amigo, del servicio secreto y de unos cuantos periodistas y reporteros gráficos.

Al mismo tiempo y sin que nada tuviera que ver con el ciclismo presidencial, un aviador distraído se adentró en una avioneta por la zona de protección aérea de la Casa Blanca, el Capitolio, la Corte Suprema y otros edificios del gobierno desencadenando una alarma que obligó a los padres de la patria, sus colegas del supremo tribunal y numerosos burócratas indefensos a escabullirse como mejor pudieron en lo que ha sido descrito como la mayor evacuación del sector público después del 11 de septiembre. Entre los evacuados a lugar seguro se encontraban algunos ilustres personajes que trabajaban o charlaban ese día en la Casa Blanca: el vicepresidente Cheney, doña Laura Bush y la señora Nancy Reagan quien estaba de visita con doña Laura. No el presidente que estaba relajándose después de su extenuante viaje trasatlántico con un paseo primaveral en bicicleta.

El servicio secreto es fiel a su nombre, secreto. Enterados del vuelo de la amenazante avioneta, los encargados de proteger al presidente decidieron protegerlo hasta el extremo y, a fin de no dañar el paseo en bicicleta, sólo informaron a Bush de lo ocurrido cuando terminó su entrenamiento. Sigilo portentoso, si se tiene en cuenta que una verdadera amenaza aérea en Washington tendría como presunto objetivo al presidente y además, que este es el único que puede dar la orden de derribar un avión sospechoso.

Los osados tripulantes aterrizaron por fin y se constató que no eran peligrosos, los miles de evacuados volvieron a sus puestos de trabajo y la vida oficial de la capital del mundo se reanudó sin traumatismos indeseables. La señora Nancy Reagan fue objeto de merecido tributo nacional en la noche de ese miércoles.

Del episodio nos quedan buenos recuerdos: Lance Armstrong correrá su última Vuelta a Francia y quizás la gane otra vez; George W. Bush seguirá gobernando por casi cuatro años más y está en buenas condiciones de salud; doña Laura goza de adecuada protección; es muy probable que en el mundo haya un número mayor de pilotos distraídos que de terroristas suicidas, y no hay peligro que las malas noticias se filtren hacia arriba, la tranquilidad del líder del mundo libre es la primera prioridad, para qué inquietarlo sin motivo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

sixteen + thirteen =