Triste cuento del hemisferio nuestro

Seguimos creyendo que lo superficial es lo esencial de las cosas. Nos fijamos en la envoltura más que en el contenido. Hay al menos tres señores que andan en busca de la secretaría general de la OEA con sus gobiernos empujándolos y todos los demás calculando lo que puede brindarles el que resulte electo, sin que importe en absoluto que no haya dinero para pagar los sueldos de los funcionarios o los viáticos de los participantes en las reuniones de cuya continuidad depende la suerte de la institución, porque los gobernantes del hemisferio no pagan a tiempo. Les interesa mucho el espectáculo y poco la realidad.

Lástima, porque la OEA fue creada para afrontar los desafíos y las posibilidades de América y no para mendigar recursos a los líderes americanos. Y desafíos y posibilidades abundan, no importa quién sea el secretario ni de cuantos fondos disponga.

La OEA está integrada por una gran nación con vocación de imperio que quiere globalizar su “cultura” es decir, uniformar el mundo a imagen y semejanza de su democracia capitalista, unas veces a la fuerza y otras a los dólares, casi nunca a puro peso democrático. Un vecino al norte suyo empeñado en consolidar un país de convivencia abierta, con menos prejuicios y prohibiciones y una visión más cooperativa hacia el resto del mundo. Otro vecino al sur, fuente primordial de inmigración “ilegal”, que hace esfuerzos por acabar con una tradición política ya secular. Un señor cuyo gobierno no puede participar en las deliberaciones de la OEA pero ha sido presencia fantasmal constante y decisiva durante 45 años sin que nadie haya logrado borrar su influencia. Compartiendo con Fidel el Caribe, países insulares y a orillas del mar, orgullosos de su democracia estilo inglés, luchando por superar sus carencias económicas y por integrarse a la extraña cultura de sus socios en la OEA, Haití cuya historia salta de tragedia en tragedia, la otra mitad de la isla curándose de una larga dictadura abominable para convertirse en paraíso turístico. En ninguna otra región ha sido tan dañina la intervención de Estados Unidos como en el istmo centroamericano y Panamá. Al sur de Suramérica un ensayo con éxito de socialismo moderado, Chile, Argentina, Brasil, Uruguay intenta cobijar a Paraguay. Volviendo hacia el norte, gobiernos frágiles en los Andes, débiles en Perú, Ecuador, Bolivia, asfixiado por la violencia en Colombia, amenazando con una doctrina incoherente y agresiva en Venezuela.

Tienen así nuestras naciones vínculos de hermandad y de conflicto. Ocupan un hemisferio de riqueza por demás abundante y de hambre extendido y feroz. Profesan buscar la paz y se arman para la guerra. Proclaman su amor a la democracia y su absoluto respeto de los derechos humanos pero en la práctica se burlan de una y de otros. Hay un caudal de motivos por los cuales debieran cooperar entre sí y hacer frente solidario al resto del mundo.

La OEA quiso servir para limar las asperezas de las diferencias culturales y políticas de las naciones que la integran, para canalizar su riqueza al alivio de la miseria que su organización estructural ha perpetuado, para establecer formas de gobierno que respeten la persona humana y permitan su avance ordenado y justo, para promover la solución pacífica de las disputas y para atajar la injerencia externa indebida.

Nada de lo cual importa, esas posibilidades de iniciativa y de acción son al parecer cuestiones accidentales. No habría que malgastar el tiempo dotando a la OEA de los instrumentos y medios requeridos. Solo tiene importancia decidir quien recibe una organización moribunda y se queda con el premio de una secretaría inoperante.

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