El pasado 6 de enero, día de los Reyes Magos, tuvo lugar la audiencia de ratificación del nombramiento del señor Alberto González, hijo meritorio de inmigrantes mexicanos que a fuerza de tesón y siempre de la mano del actual presidente de Estados Unidos ha ascendido a las altas esferas del poder.
Mientras la monarquía fue el sistema dominante de gobierno, los genes determinaron la suerte de los pueblos. Las casas reales dieron reyes sabios, reyes díscolos, reyes prudentes, aún reyes santos y produjeron reyes monstruosos que en su momento gobernaron a la humanidad.
El poder de los monarcas ha desaparecido y en su lugar llevan hoy las riendas del mundo numerosos presidentes y tiranos, algunos de ellos monstruos de nuestros días. El pueblo estadounidense se precia de practicar la democracia de Lincoln y cuenta para ello con un sistema electoral que permite, como ocurrió hace cuatro años, que el perdedor de las elecciones gane la presidencia. Una vez certificada por el congreso su elección, el presidente nombra los altos cargos que gobernarán en su nombre. Sus nombramientos, sin embargo, no son válidos: se requiere, para todas las posiciones claves, la ratificación del senado.
Las audiencias de los designados con los comités del senado se conducen en público y con grande fanfarria. Los senadores se despojan de su tradicional cortesía y formulan preguntas tajantes, agresivas y a veces insultantes. Los interpelados contestan siempre con seguridad y valentía (muchos saben lo que les van a preguntar) queriendo convencer al jurado de su profundo conocimiento del tema y de sus altas cualidades personales. Casi siempre el proceso resulta en la ratificación del candidato, aún de aquellos que dan evidencia de ser ignorantes o indignos de confianza. Sólo cuando el aprendiz de funcionario ha contratado inmigrantes ilegales o en uno que otro caso es acusado de excesivo consumo de alcohol o fragante incapacidad los senadores, seres de sólidos valores morales, rechazan la propuesta del presidente. En definitiva piensan que el presidente debe tener libertad para escoger sus colaboradores y tal vez saben, pero no dicen, que el proceso de ratificación es apenas una comedia innecesaria.
En un espectáculo típico de los adornos pseudo-democráticos que aliñan el gobierno del pueblo en la democracia principal del mundo, la presentación en sociedad del señor Alberto Gonzales confirmó de manera amplia que no es el hombre para el puesto. El cargo para el cual ha sido nombrado por el presidente Bush es el de principal funcionario encargado de hacer cumplir la ley. El candidato a cancerbero de la legalidad y defensor del orden jurídico demostró su habilidad para evadir la ley estimulando una definición de tortura que cobijaba el abuso de los prisioneros en Guantánamo, Irak y Afganistán. Es, como casi todos los políticos, flaco de memoria. Ha olvidado los detalles de su participación en el intento de legalizar la tortura hace dos años. Tampoco parece dispuesto a acatar el derecho internacional porque considera que en las cambiantes circunstancias del mundo ciertos tratados internacionales son ahora pintorescos y deben ser renegociados.
Lo pintoresco de verdad es el concepto del señor Gonzales sobre su presidente y sus compatriotas. El muy cínico se permitió decir (traducción
libre) “Con la ratificación del senado, representaré no solo a la Casa Blanca, representaré a los Estados Unidos de América y a su pueblo.
Comprendo la diferencia entre los dos papeles. Hasta ahora he tenido el privilegio de aconsejar al presidente y a sus colaboradores. En el próximo, tendré la responsabilidad más amplia de brindar justicia a todo el pueblo de nuestra gran nación.” Menuda carta de presentación de este orgullo hispano que tuvo la miopía de servir por cuatro años al presidente sin darse cuenta que era un funcionario del pueblo de su país.