En el Océano Índico

El sismo y los maremotos en el Océano Índico arrasaron vidas, difundieron pestes, sembraron miseria y fueron una bofetada a la arrogancia materialista de la sociedad contemporánea. En contraste, despertaron el instinto de hermandad de la gente.

Mientras los expertos gubernamentales malgastaron su tiempo en cábalas sobre la magnitud de la hecatombe antes de cuantificar sus promesas de ayuda, los ciudadanos del mundo a través de sus organizaciones de solidaridad humana volcaron su generosidad hacia las víctimas.

Un funcionario de Naciones Unidas, un burócrata internacional joven y con anteojos despertó las iras de los poderosos con su desafortunado comentario acusando de tacañas a las naciones más ricas. Cuando se solicita cooperación no es el momento apropiado para fustigar a los cooperantes potenciales.

El secretario de estado de Estados Unidos se enfureció con la acusación, proclamó la largueza de su país, anunció una cuantiosa ayuda inmediata y prometió multiplicarla en el futuro cercano.

El presidente Bush, tan compasivo él y tan amante de los que sufren, estuvo desbrozando matorrales y montando en bicicleta en su rancho de Tejas durante los tres días siguientes a la furia apocalíptica del Océano Índico antes de dirigirse a su nación y al mundo (urbi et orbi como los papas) para explicar que Estados Unidos es el dador más cuantioso de ayuda humanitaria y que abrirá sus cofres para amainar las pérdidas de las víctimas. Aseguró que Estados Unidos liderará el esfuerzo global de apoyo.

Podría parecer inoportuno intentar un breve análisis de la cooperación internacional cuando una destrucción de tal magnitud azota a la humanidad. Con realismo, sin embargo, es oportuno intentarlo porque el esfuerzo conjunto de las naciones ricas será siempre un ingrediente esencial para estimular el mejor estar de las pobres y también para hacer frente a las catástrofes que la naturaleza o la humanidad nos tengan reservadas para el futuro.

La razón de ser de la cooperación internacional no es el aumento de las exportaciones del país donante, aunque tal efecto suele darse, ni la promoción política de los cooperantes, que no siempre ocurre sino el ejercicio de la justicia en el ámbito global, contrapartida de los programas de desarrollo social en el nacional. La ayuda humanitaria tiene su propio nicho dentro de los modos de cooperación y suele inspirarse en consideraciones más humanas y menos egoístas que otras formas de colaboración. El monto absoluto y relativo de la contribución de los distintos países refleja la prioridad que asignan a carencias e intereses distintos de los propios, o sea a la generosidad con el extraño.

Por ejemplo, la economía estadounidense tiene la mayor magnitud y en consecuencia la cantidad que aporta a la cooperación internacional es también la más cuantiosa. Al mismo tiempo la prioridad que su gobierno asigna al bienestar ajeno es muy baja y por consiguiente el porcentaje de su producto destinado a cooperar con las naciones pobres o traumatizadas de la comunidad global es uno de los menores entre los países ricos.

Con la humanidad golpeada por uno de los desastres mayores de la historia, no es momento para alegar o refutar acusaciones de tacañería, discusión inútil y malsana. Es tal vez por el contrario ocasión de definir con claridad y amplitud las metas de la cooperación futura y quizás de imbuir a los gobernantes de la actitud abierta, dadivosa y alerta de las personas e instituciones civiles que han marchado a la vanguardia del esfuerzo por mitigar la tragedia.

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