Y ¡que vergüenza! La numerosa minoría hispana, o latina, como se la dice de un periódico a otro, apoyó a George W. Bush con 44% de sus votos, en comparación con 35% hace 4 años. Fue un factor importante en la buena fortuna del tejano en las urnas y obedeció, entre otros estímulos, a las prédicas de algunos curas católicos y ministros evangélicos que se aprovecharon del sentido religioso innato en nuestra cultura.
No es fácil comprender la erosión del voto de nuestra gente a favor de alguien que les fue vendido como paladín de los Valores Morales, un lema proselitista de poca enjundia. Los valores morales de la mayoría electoral republicana son tres: condenar el aborto, prohibir el matrimonio entre personas del mismo sexo y proscribir la investigación científica con células madres. No son sin duda preocupaciones fundamentales de los hispanos.
Los electores estadounidenses de raíces latinoamericanas son en su gran mayoría inmigrantes ilegales de primera, segunda o tercera generación que a fuerza de sacrificios, aguante de horribles trámites legales y penalidades de toda clase se han hecho ciudadanos estadounidenses. Ellos, sus padres y sus abuelos no vinieron a Estados Unidos con la intención de criminalizar el aborto ni mucho menos para aplicar la pena de muerte a los médicos que lo practiquen como propone uno de los nuevos senadores de la mayoría farisaica, ni emigraron para perseguir a los homosexuales, ni se radicaron en California, Texas, Arizona, New Jersey, Virginia, Colorado para oponerse a los experimentos científicos con células madres.
Los que tuvieron la audacia de cruzar el Río Grande burlando la guardia fronteriza, quienes no hicieron caso a la limitación de sus visados temporales y se quedaron en el país después del tiempo permitido, los que cruzaron esas otras barreras del escrúpulo ético y de renuncia a la tradición, todos los hispanos que aquí vivimos tenemos valores muy distintos a los de la fresca mayoría republicana.
De hecho, los nuevos peregrinos venidos del sur tienen mucho en común con los que llegaron hace siglos procedentes del mundo civilizado. Los inmigrantes hispanos obedecieron a dos factores principales: el hambre y la opresión. Vinieron para buscar trabajo que les permitiera subsistir y dar mejores oportunidades a sus hijos y llegaron en busca de libertad que les diera margen para elegir su modo de pensar y de actuar dentro de un orden legal de respeto a la persona humana. Sus valores morales fueron y son la lealtad a la familia y a sus compañeros de diáspora, la solidaridad social, la justicia y la tolerancia. Bien distintos de los que se acuñaron para reelegir al señor Bush. Y bien superiores en términos de valor y de moral. Dados los antecedentes y los objetivos los hispanos tenemos más interés en la economía que en la sexualidad ajena, en la paz del mundo que en la difusión de la democracia a fogonazos.
Mientras esto escribo han ocurrido dos incidentes que reflejan la falta de principios éticos de los republicanos. El pentágono prohibió a una de las principales cadenas de televisión que mostrase el video completo de un marine rematando en el suelo a un prisionero iraquí herido (elmundo.es, 17 de noviembre). Los congresistas republicanos modificaron sus propias reglas para permitir que un individuo en peligro de ser sindicado en Texas, un tal Tom DeLay, mantenga su puesto en la mesa directiva de la cámara.
Las elecciones se perdieron pero no es aceptable permitir que la deformación de los valores y el sesgo en la moralidad sigan socavando la esencia de Estados Unidos y engatusando a los hispanos que somos la minoría mayoritaria.