Había en el Medellín de entonces numerosas visitas de distinta índole. Visitas de pésame, que mi abuela hacía vestida toda de negro, con la cartera fina de cuero teñido y las lágrimas a flor de ojos, por si hacía falta derramarlas en recuerdo del difunto o para aliento de los deudos. De compromiso, cuando alguien recordaba que hacía tiempos no se sentaba a departir con el prójimo y decidía caerle después de comida. Imprudentes, cuando nadie las esperaba y se tropezaban con el desdén y la indiferencia del visitado. De cumplido, al pariente pobre o al amigo cansón para cumplir con las reglas de urbanidad. De novios, cuando la pareja en trance de contraer iba por las tardes a charlar un rato con los tíos y las primas viejas de las madres de los contrayentes y a recordarles sin decirlo que esperaban su regalo de bodas. De recién paridas, cuando las más allegadas comparecían a dar consejos no solicitados y sugerencias imprudentes a la madre del bebé. De vacaciones, aprovechadas por los finqueros para llegar a las casas de sus vecinos en busca del licor de sus bodegas y los frutos de sus tierras. La gente se visitaba cuando los amigos estrenaban casa, graduaban a sus hijos e hijas, las niñas cumplían quince, por años de casados o de simple vivir. La visita era el instrumento principal de convivencia social. Desaparecida la convivencia social, desapareció también el ritual de la visita.
Pero esa costumbre de antaño ha sido sustituida por otra mucho más estrepitosa y cuestionable, la visita presidencial de la cual Colombia ha sido objeto reciente cuando el señor George W. Bush, natural de Tejas y presidente de Estados Unidos, tuvo la bondad de permanecer por unas cuantas horas en una base naval cercana a la ciudad de Cartagena de Indias. Guardado por un cortejo impresionante de agentes del servicio secreto de su país, con escolta de aparatos aéreos y terrestres, el engañoso visitante se las arregló para no decir nada nuevo en público (es dudoso que lo haya hecho en privado porque no acostumbra decir nada que valga la pena) y para movilizar 15.000 efectivos de las fuerzas de seguridad colombianas que deberían haber estado ocupados en actividades más útiles que velar por su integridad además de distraer de su rutina habitual de trabajo al señor Álvaro Uribe Vélez, presidente de Colombia, a quien proclamó su amigo y quien tiene bien ganada reputación de hincha furibundo del ranchero de Crawford. La escala en Cartagena tuvo otro efecto, este no deseado, pero usual en los desplazamientos del mandamás por el mundo: la movilización de los pueblos para protestar contra la agresiva arrogancia inútil del señor Bush.
¿Cuál sería la razón que justificó, a la luz de sus pensamientos políticos esa pantomima puesta en marcha por los presidentes Bush y Uribe? ¿Pensaría Uribe, quien se dice propuso la presentación de Bush en matinée en la bahía de Cartagena que la aparición del emperador fortalecería sus posibilidades de reelección? ¿O sería más bien una estrategia de la Casa Blanca para organizar tours de inspección por los rincones lejanos del imperio? ¿Querrá tal vez el presidente Bush, pontífice de la democracia capitalista competir con el papa viajero?
Haya sido la que fuera la razón que la motivó, esa visita vistosa fue no sólo inútil, sino perversa. Estamos acostumbrados al despilfarro, a los gastos incontrolados en armamento y destrucción, al déficit fiscal sin fondo, de manera que el costo de una ceremonia como la visita del prepotente a Cartagena nos parece irrisorio. Sin embargo, con esos recursos habría sido posible aliviar las carencias de muchos colombianos si Bush y Uribe pensaran como los presidentes de Brasil, Chile, España, Francia que han formado una alianza para desterrar el hambre.