Sería de esperar que la campaña de reelección presidencial de aquel a quien llaman el líder del mundo libre ofreciera a sus conciudadanos y a sus congéneres en general una visión optimista, generosa y redentora de la actividad del gobierno en el futuro. Al fin y al cabo la Declaración de Independencia de Estados Unidos consagra, con exceso de optimismo y algo de ligereza, el derecho inalienable de perseguir la felicidad. Felicidad que implica entendimiento y aceptación, tolerancia y solidaridad entre todos los grupos de la sociedad. La campaña del señor Bush no puede estar más lejos de ese ideal de paz y comunidad. Las principales estrategias que la sostienen son el odio, el chisme y la calumnia.
La fase decisiva del proceso electoral se inició a finales de julio con la convención del partido demócrata que lanzó en Boston la candidatura de John Kerry y la de John Edwards para vicepresidente. La convención de Boston fue un certamen de cordura política en el cual por instrucción expresa del senador Kerry se evitaron los ataques personales a los personajes republicanos. La única excepción fue el discurso de aceptación del candidato quien, como es lógico, atacó el récord del presidente Bush. Pero aún ese análisis crítico tuvo altura.
En el lapso transcurrido desde Boston a la convención del partido republicano en Nueva York, las encuestas indicaron la tendencia a la igualad en las preferencias del electorado. El evento de Nueva York fue un festival de agresión sin restricciones contra el senador Kerry, que adquirió su mayor rimbombancia con la destemplada intervención del senador Zen Miller quien, electo por los votos de los demócratas del estado de Georgia, los utilizó para traicionar sus intereses.
Ese río de odio desencadenado por las huestes del presidente Bush se combinó en seguida con la cruzada de un grupo de veteranos de Vietnam, que se lanzó a desacreditar al candidato demócrata con una serie de acusaciones no comprobadas. Este episodio fue financiado por conocidos contribuyentes tejanos a las aventuras políticas del presidente y tuvo contactos con algunos voceros de la actual campaña republicana, que nunca reconoció sus nexos con el esfuerzo por torcer la calidad del servicio militar de John Kerry en Vietnam.
La coincidencia de dos fenómenos en el tiempo no siempre significa una relación de causa y efecto. Pero no resulta aventurado pensar que el odio y la calumnia dirigidos contra la candidatura demócrata produjeron una apreciable ventaja del presidente Bush en las encuestas que se prolongó hasta el primer debate presidencial.
Tres veces se presentaron los dos candidatos presidenciales para debatir sobre temas de interés para la ciudadanía y una los dos aspirantes a la vicepresidencia. Los televidentes que en número récord los siguieron opinaron que Kerry y Edwards superaron a Bush y Cheney.
Igualadas de nuevo las preferencias en la mayoría de los sondeos, se recurrió otra vez al chisme. La potente cadena televisiva Sinclair Broadcast Group Inc. propiedad de fuertes donantes a las campañas de George W. Bush amenazó con transmitir por 62 estaciones un video amañado sobre la oposición a la guerra que Kerry asumió después de su servicio en Vietnam. Ante la reacción negativa de sus accionistas, anunciadores y clientes, la empresa canceló la presentación del corto metraje y anunció en cambio que presentará algunos segmentos en una versión más reducida. Ojalá esta propaganda disfrazada de noticias no tuerza el resultado de la elección el 2 de noviembre.