¿Sin Alternativa?

El presidente de Estados Unidos en el debate con el senador Kerry el 8 de octubre afirmó: La mejor manera de defender a “América” en el mundo en que vivimos, es mantenernos a la ofensiva.

Esa visión incendiaria de la política y la historia ha puesto al mundo en guerra, encabezada por Bush, seguida en su sendero arrasador por Sharon en el medio oriente, por Putin en Rusia, y acompañada en su necia terquedad por Blair en la Gran Bretaña, por Berlusconi en Italia, por Uribe en Colombia… La guerra inoportuna, injustificada, ilegal y engreída del presidente de Estados Unidos parece haber convencido a un sector importante de la opinión mundial de que no hay alternativa a la fuerza y que la historia se gana a los pescozones.

El caso de Colombia es ejemplar. Una nación que ha sido orgullosa de su soberanía y su independencia de criterio, se regocija ahora cuando el congreso de Estados Unidos aumenta de 400 a 800 los efectivos militares estadounidenses que se desplazarán allí para combatir el narcoterrorismo.

Hay, sin embargo, quiénes defienden la paz y el entendimiento enfrente de la fuerza de los poderosos. Se trata, en esencia, del jefe de gobierno de un país mediano y de un hombre que desde la tribuna del secretario general de las Naciones Unidas se atreve a disentir del tejano campeón de los supermoscas.

La víspera del tradicional discurso del presidente de Estados Unidos en la sesión inaugural de la asamblea general de la ONU, su secretario general Kofi Annan explicó a quien quisiera oírlo que el señor Bush impulsó una guerra ilegal, sin la aprobación del Consejo de Seguridad, e invadió a Irak. Esa desacostumbrada alfombra roja para el líder del mundo libre causó por lo menos un momento de reflexión a la audiencia cuando Bush defendió su guerra a ultranza.

El gobierno español de José María Aznar, secuaz del presidente Bush, había acudido a la ayuda de Colombia mediante la promesa de entregar 46 tanques de guerra AMX-30 y veinte obuses. La voluntad del pueblo español reemplazó a don José María con un José Luis Rodríguez Zapatero cuyo primer acto de gobierno fue una apuesta de paz, el retiro de las fuerzas españolas de Irak. Ese gesto, sin ponderación militar apreciable pero con un contenido de comportamiento muy poderoso es bien conocido y muy mal interpretado por los belicistas, quienes han querido descartar su significado alegando que fue un acto de apaciguamiento con Al Qaeda, cuando en realidad fue el cumplimiento de una promesa hecha en la campaña electoral y surgida de una convicción de paz y diálogo como instrumentos de solución de las disputas así como de respeto por las preferencias de los ciudadanos.

La vocación de paz de España no se agotó en los campos de petróleo de Irak. En lugar de los tanques prometidos el gobierno español se comprometió a entregar a Colombia dos aviones ambulancia, material sanitario de campaña y cursos de formación y de ayuda para erradicar minas antipersonales (El Tiempo, 20 de septiembre de 2004) Son maneras distintas de confrontar la historia. Ante aquellos que pretenden encargar funerales por la diplomacia y resolver los conflictos con más peleas, se levantan voces como las de Kofi Annan o Rodríguez Zapatero, que aseguran ganar la convivencia de los pueblos con la razón, la tolerancia y la solidaridad. La humanidad puede confiar en la entereza de aquellos a quienes se tilda de débiles.

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