Las coincidencias de la vida. El líder del mundo libre, el personaje del rancho de Crawford y de la Guardia Nacional coincidió al empezar la asamblea general de Naciones Unidas con un señor José Luis Rodríguez Zapatero que derrotó el 14 de marzo en España al perrito faldero de Bush, con la ayuda de Al Qaeda según dicen el gobierno y la gran prensa de Estados Unidos. Cuando el descalabro del partido del inefable don José María Aznar, la Casa Blanca y sus apéndices explicaron que lo de España, la matanza del 11 de marzo y las elecciones generales tres días después habían sido un triunfo del terrorismo. Esa burda explicación persiste y ya a finales de septiembre el presidente de la cámara de diputados (speaker of the house en inglés) Dennis Hastert se hizo eco de la sandez oficial al aseverar que los terroristas podrían organizar un ataque previo a la elección para inclinarla a favor de John Kerry, como ocurrió en España.
No se han dado cuenta los eminentes individuos que dirigen la democracia más grande del mundo de que los españoles no son idiotas. Al menos la mayoría que votó a favor del partido socialista obrero español (PSOE) no lo fue. La razón del sufragio y la causa de la mayoría no fueron el respaldo ni el rechazo a los terroristas, sino la decisión de poner en práctica un programa de gobierno alternativo al conservatismo a ultranza y a la postura de rodillas ante Estados Unidos.
En los pocos meses de gobierno de Zapatero, España ha retirado las tropas de Irak, el Plan Hidrológico Nacional ha sido reemplazado por proyectos más modestos, se ha reanudado el diálogo con representantes de distintas regiones, se ha parado una reforma retrógrada de la educación, se ha anunciado un plan de legalización de los inmigrantes que ocupen puestos legítimos de trabajo, se han abordado temas sociales de importancia como los derechos de la mujer y de las parejas de un mismo sexo. Se puede estar de acuerdo o en desacuerdo con uno o varios de esos proyectos, pero fueron ellos y no una supuesta absurda venia a Al Qaeda lo que determinó el resultado de las elecciones españolas, contrario a los deseos del timonel de la historia contemporánea.
Con horas de diferencia, el presidente del gobierno español expuso ante las Naciones Unidas una agenda de trabajo que contrasta de manera abierta con la avalada por George W. Bush. El presidente de Estados Unidos dedicó su discurso en la asamblea a hacer la apología de su guerra ilegal contra Irak y propuso una nueva definición de seguridad, para que las naciones puedan actuar unidas y liberar a los pueblos oprimidos por la tiranía, o sea para ponerlas a jugar a las Cruzadas del Siglo XXI. Zapatero hizo una apuesta por la paz, al proponer una Alianza de Civilizaciones entre el mundo occidental y el musulmán, y un ataque al terrorismo basado sólo en la legitimidad democrática. Recordó que la paz exige más valentía, más determinación y heroísmo que la guerra.
Los esbirros del presidente de Estados Unidos se reirán a mandíbula batiente ante un proyecto de paz y de comprensión y tolerancia entre los pueblos, y ríen con ellos los voceros del partido de Aznar que han dicho que la propuesta de Zapatero debilita la posición de España en el mundo. Pero hay más humanidad que los secuaces de Bush y de Aznar, gente que no se morirá de risa cuando le propongan reemplazar la tragedia de los muertos con la esperanza de los vivos.
España es una nación fragmentada, pequeña, herida por un pasado imperial ya desaparecido, carente de la prolongada tradición democrática de Estados Unidos, sin gran peso global. Pero tiene capacidad de convocatoria en un segmento apreciable del mundo y vocación de luchar por lo que cree. Ojalá que el resultado le sea favorable.