La ley de los déspotas

Bernard Aronson, subsecretario de estado para asuntos interamericanos durante la presidencia del padre de la actual criatura publicó el 14 de agosto en The New York Times un artículo, “Venezuela’s Fake Democrat” donde describe dos tendencias a su entender inquietantes en la evolución política latinoamericana. La primera, el comportamiento de presidentes electos en votaciones legítimas como Hugo Chávez y Alberto Fujimori que luego usan el poder para atentar contra las instituciones democráticas. La segunda, el reclamo de los marginados para tener una voz en el destino de sus pueblos como ocurrió en Bolivia donde una insurrección popular derrocó a Sánchez de Losada.

Aronson acierta al indicar que las reivindicaciones populares exigen un cambio radical en la política social de los líderes del norte y el sur del hemisferio para mejorar la calidad de vida de los desheredados e incorporar a los marginados en la sociedad. Por el contrario, su análisis de las tendencias políticas del continente es incompleto y sesgado. Olvidó incluir otra tendencia, sembrada por el apoyo de Washington a los Contra en la época del primer señor Bush, que generó gobiernos corruptos y mal intencionados como los que ha habido en Nicaragua y Guatemala en años recientes. Más grave todavía, omitió decir que el gobierno del segundo señor Bush compite con los de Chávez y Fujimori, entre otros, como ejemplo de mandatarios cuya legitimidad aparente proviene de elecciones democráticas, que aprovechan el poder para subvertir el orden jurídico. Los abusos de los mandatarios democráticos ocurren, como el desprecio de la suerte de los desheredados, tanto al norte como al sur del hemisferio.

No sería justo decir que entre Chávez y Bush hay coincidencias apreciables. El único antecedente destacado que el ex teniente coronel Hugo Chávez tenía para aspirar a la presidencia de Venezuela como candidato democrático era el haber sido cabecilla de un golpe de estado fracasado. Confiando tal vez en su agresividad y su capacidad de fracaso y de violar la ley fue electo por sus conciudadanos, quienes otras dos veces desde entonces han ratificado su error. El señor Bush tenía mejor currículo, había sido gobernador de Texas (uno de los ejecutivos con menores atribuciones en el país), dueño de un equipo de béisbol, gerente de algunas empresas fracasadas e hijo de papá.

Ambos han socavado la democracia en sus países, de manera en general alevosa más que directa. Chávez ha inundado los tribunales y las entidades administrativas con personas cuyo principal atributo es ser partidarios del gobierno, socavando el principio fundamental de división de los poderes. Bush ha llevado a los tribunales, a pesar de la constructiva oposición de los senadores demócratas, a ideólogos cuyo renombre depende del culto a ideas de extrema derecha. Chávez ha destruido las libertades civiles en Venezuela y ha perseguido a los medios de comunicación que no le son adictos. Bush ha violado las garantías individuales consagradas en la constitución y las leyes de su país. No les une ninguna comunidad de ideas o de propósitos, sino un oleoducto, su relación es la compraventa del petróleo.

El prestigio de Estados Unidos y la buena voluntad de otros pueblos hacia Washington se han desmoronado por culpa de la presidencia engreída del actual ocupante de la Casa Blanca. Qué vergüenza que el general secretario de estado, el más inofensivo de los esbirros de Bush –una especie de oveja con piel de lobo – no haya sido capaz de asistir a la clausura de los juegos olímpicos en Grecia por miedo a provocar lo que el departamento de estado llama “sentimientos antiamericanos.” Lo que hay son sentimientos anti-Bush. Los atletas estadounidenses fueron recibidos en Grecia con simpatía y respeto. Cuando el general Powell avisó su visita, los manifestantes se lanzaron a las calles de Atenas en contra de la presidencia Bush, no de Estados Unidos. Y el buen señor se jacta de extender la democracia por el mundo, como si fuera la penicilina de la política.

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