La democracia no es un mantra

Parece que la democracia capitalista ha fracasado en América Latina. El crecimiento económico se ha detenido, la pobreza ha aumentado, el desempleo se ha multiplicado, la corrupción ha prosperado, los derechos humanos siguen siendo víctimas del desenfreno.

En los primeros años de la década de los noventa se declaró, en un arranque irracional de euforia, que América Latina era el mayor bloque democrático del mundo. Los grupos de poder se jactaron de presentar un continente homogéneo en su estructura política y su estrategia económica, arrinconando a Cuba y a Fidel Castro, de quien ya habían declarado la muerte fiscal hacía años. La OEA que quiérase o no es canal autorizado de los intereses y logros de los pueblos del hemisferio se empeñó, en un sueño quijotesco, en labrar instrumentos jurídicos encaminados a intervenir en los casos en que un gobierno constitucional haya sido entrabado por maniobras extra constitucionales y aún a acoger una carta democrática en el hemisferio.

A la sombra de ese andamiaje idealista ha florecido el caos. La trágica saga interminable de Haití. Las elecciones libres y abiertas en otros países que han llevado al poder a dos militares golpistas que no lograron obtenerlo por la fuerza pero lo consiguieron mediante los procedimientos democráticos que pretendieron derrumbar en el pasado. La rebelión popular legitimada en reemplazo de los golpes de cuartel. El gobierno civil consolidado a costa de admitir la continua injerencia de los militares: aún en Chile, que se considera en general como la democracia más firme de América, las fuerzas armadas siguen teniendo una cuota mecánica de senadores “designados”. La derrota del PRI, que en su momento se consideraba una institución democrática, saludada como la desaparición de un sistema autocrático; el gobierno de México se empeña ahora en demostrar que el PAN no es tan monolítico como el PRI y que la primera dama no quiere ser la primera presidenta del país.

La CEPAL, en su Balance Preliminar de las economías de América Latina y el Caribe 2003 presenta un resumen de los logros del sistema de libre empresa, compañero inseparable de la democracia como instrumento de crecimiento y equidad en la región. El balance no puede ser más decepcionante: en el año 2003 el producto por habitante fue inferior en 1.5 por ciento al de 1997; la tasa de desempleo aumentó en dos puntos, al 10.7 por ciento; la pobreza se expandió como la peste, cubriendo 44 por ciento de la población. Durante el apogeo de la liberalización la economía de Brasil se puso a temblar y Argentina se hundió en la peor crisis de su historia. Ambos países se recuperan poco a poco.

Así como el empuje económico y la justicia social no brotaron por encanto con la democracia y el libre mercado, la transparencia tampoco apareció con el ocaso de las dictaduras militares. Las trayectorias de Alemán en Nicaragua, Menem en Argentina, Fujimori en Perú y las historias de empresarios de grandes corporaciones en Estados Unidos, son apenas tristes ejemplos de corrupción galopante en un hemisferio democrático.

Lo malo es que se ha endiosado la democracia como mantra en lugar de practicarla como instrumento de participación y diálogo ciudadano que estimule el logro de las prioridades evidentes en los campos de la educación, la justicia, la salud, la disminución de la pobreza, el aumento del empleo, la recuperación del imperio de la ley, no del imperio del Estado como dijo el presidente en su mensaje a los colombianos en el exterior.

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