La fotografía que apareció en la prensa la mañana siguiente al traspaso de la soberanía al gobierno provisional de Irak revela más de lo que se ve. El presidente Bush, su general secretario de estado con el seño fruncido a su lado en la reunión de la OTAN en Turquía, recibe la visita de su secretario de guerra, sonriente y satisfecho, trayendo un papelito en el que Condoleezza ha escrito una frase ingeniosa: Irak es soberano. A lo que aquel en cuyos dominios no se pone el sol, responde a su vez con profundo estribillo, Dejemos que reine la libertad.
El reinado de la libertad en el infortunado Irak inicia su recorrido en condiciones en extremo difíciles. La soberanía recibida por el nuevo gobierno establecido de hecho por el poder invasor, tiene limitaciones tan obvias como la presencia de 138.000 soldados estadounidenses bajo el mando de Washington, o las decenas de órdenes emitidas por el señor Paul Bremer el procónsul saliente en Bagdad. Aquí se las llama edictos, nombre apropiado porque se trata de mandatos publicados con autoridad del príncipe. Las fuerzas de ocupación las definieron como instrucciones o directivas al pueblo de Irak, de cumplimiento obligatorio.
Las directivas del procónsul reflejan su intención de seguir mandando después de muerto y abarcan desde asuntos tan triviales como la obligación de conducir con las dos manos en el volante, pasando por la creación de puestos y comisiones en distintas secciones del gobierno, nombramientos con cinco años de duración, hasta normas que regularán el proceso electoral y cambios en la legislación. Las instrucciones establecen, además, un procedimiento que hará muy difícil su modificación.
La injerencia estadounidense en el futuro de Irak se hace evidente, por ejemplo, en la forma como se ha decidido la suerte de Sadam Husein, que dependerá en lo judicial del gobierno provisional iraquí y se mantendrá bajo la custodia física de la potencia ex ocupante. Es difícil imaginar que los procedimientos judiciales en este caso sean independientes de la voluntad de Washington. Cuando un país ocupa a otro por la fuerza es ingenuo pensar que la meta del ocupante sea devolver la soberanía al vencido, lo cual sólo ocurre cuando el interés de mantener la ocupación es menor que el de salir de la situación creada.
El interés inmediato del presidente Bush es alegar que un Irak libre y democrático es una pieza fundamental para la paz y la prosperidad del Oriente Medio, como lo repitió en Estambul, en un discurso pronunciado frente a una mezquita momentos después de la reunión de la OTAN a la cual asistió. El presidente de Estados Unidos tiene una evidente vocación de poder universal y además, una fuerte tendencia a orinar fuera del tiesto.
En su afán de meterse en lo que no le importa, el libertador de Irak repitió su exhortación a la admisión de Turquía en la Unión Europea, olvidando que la UE no es uno de los estados de Estados Unidos. Tuvo esta vez la audacia de decir que la inclusión de Turquía en la UE comprobaría que Europa no es el club exclusivo de una determinada religión y que el choque de civilizaciones no es más que un mito pasajero de la historia. Dio fe así una vez más de que no sabe lo que es Europa ni tiene noción alguna de la historia.