El señor Bush está empeñado en capturar el voto católico. Adornado de Laura Bush, vestidos de negro, con acompañamiento numeroso, se presentó al papa para decirle de su lucha por la libertad y la compasión y recordar al pontífice que comparten los mismos ideales. El presidente no es humilde, es atrevido. En el santoral de la iglesia católica aparecen nombres de bienaventurados que en vida fueron Obispo y Confesor. En los anales de la historia de la civilización vendrá el nombre de George W. Bush, Presidente y Predicador.
Es extraño que el jefe de un Estado laico mezcle en sus discursos el odio a sus enemigos a quienes ordena capturar vivos o muertos con el elogio de la Biblia cuya lectura hizo de un preso ordinario un hombre nuevo. Asombroso que la audiencia responda Amen a las palabras del orador. Más curioso aún que en violación abierta de la separación de la iglesia y el Estado, el presidente de Estados Unidos pretenda construir su política social sobre la base de la fe religiosa.
Una de las novedades que el recién venido trajo de Texas cuando llegó a la Casa Blanca vía la Corte Suprema fue la iniciativa basada sobre la fe. Se trataba, en apariencia, de apoyar y financiar proyectos de numerosos grupos de todas las creencias suponiendo que ellos fueran más eficientes que el Estado. De hecho, sin embargo, la iniciativa trasladó la responsabilidad de los gastos sociales del gobierno al sector privado, aliviando la necesidad de recursos para actividades oficiales más prioritarias, en especial la guerra. Como el énfasis político sobre la fe religiosa fue bienvenido por los grupos fanáticos del partido republicano, la cosecha de un puñado de votos de la extrema derecha religiosa fue un beneficio adicional de este extraño arreglo religioso.
Poco se ha dicho en Estados Unidos sobre un aspecto de la guerra que resulta favorable a las necesidades de votos del gobierno actual, quizás porque el tópico de la guerra misma es un tabú para la mayoría de los ciudadanos. Cuando el país está en guerra, aún una tan desigual como la que ahora se libra, el gobierno y en especial el presidente son inmunes a cualquier crítica. El costo de la guerra de Irak ha sido apabullante y más en términos humanos que financieros. Pero esa carga financiera traducida en gastos militares es un estímulo económico importante, que quizás haya contribuido a impulsar la recuperación económica más que los cortes de impuestos a las grandes fortunas Siendo cínico puede pensarse que el desplazamiento de las tropas a los campos de batalla en Afganistán e Irak alivia en algún grado el desempleo. La situación, además, facilita al menos la apariencia de tráfico de influencias. En la prensa del 2 de junio se habla, por ejemplo, de un contrato de siete mil millones de dólares en Irak, coordinado con la oficina del vicepresidente, con la empresa Halliburton, de la que Cheney fue presidente.
El inmenso gasto en la guerra junto con la rebaja de impuestos predicada por el presidente Bush en un tiempo de enormes déficit fiscales presentes y proyectados para el futuro, causan en forma inevitable la caída de los gastos discrecionales del gobierno, en especial los de los sectores sociales. Allí está la iniciativa basada sobre la fe para disimular el impacto y permitir que el presidente siga moviéndose entre anuncios prefabricados que hablan de la Compasión en Marcha (“Compassion in Action”)
En política nada es gratis. Esa inspiración idealista de las iniciativas basadas sobre la fe tiene un costo electoral. La campaña para la reelección del venido de Texas está empeñada en reclutar congregaciones religiosas parecidas en ideología al presidente para distribuir propaganda electoral y asegurarse de que los fieles voten en noviembre.