Bien hace el presidente George W. Bush en invitarnos a olvidar el pasado y mirar al futuro. Su pasado está lleno de guerras preventivas sin nada que prevenir, de armas de destrucción masiva esfumadas en cuentos de hadas, de bin Laden fugitivo, de misiones cumplidas abortadas en acorazados de escenario, de bombardeos a fiestas de boda en Irak, de cadáveres de soldados estadounidenses vejados y de empresarios jóvenes decapitados, de prisioneros desnudos cercados de perros y soldados, de proclamaciones presidenciales de democracia en Irak, de violaciones de derechos civiles en Estados Unidos bajo el temible señor Ashcroft. Lo malo es que el pasado condiciona el futuro: no sólo lo ocurrido en la guerra de Irak, sino la historia del imperialismo yanqui.
Sin ir muy lejos en tiempo o en distancia, el Caribe parece haber sido, en los últimos 40 años, campo de adiestramiento para la aventura iraquí del señor Bush. En 1965 el presidente de Estados Unidos Lyndon B. Johnson, oriundo de Texas, decidió “evitar una nueva Cuba” en la República Dominicana y a pesar de que ni Juan Bosch ni los militares rebeldes que lo apoyaron se parecían en nada a Fidel, inventó una fuerza interamericana con un puñado de efectivos latinoamericanos e invadió la República sin que nadie lo estuviera amenazando. Allí desembarcaron los marines para asegurar la paz y encargarse de que hubiera un gobierno leal a Washington.
En 1983 Ronald Reagan invadió la pequeña isla de Grenada donde un primer ministro de vocación marxista fue derrocado por militares de dudosa afiliación, para encargar de la “soberanía” al Gobernador General, el representante de la reina de Inglaterra. Las potencias coaligadas fueron Estados Unidos y las Antillas menores.
El papá del señor Bush, que también es de línea dura detrás de su aspecto inofensivo de rotario internacional, invadió a Panamá en 1989, capturó al dictador Manuel Noriega y lo metió en la cárcel, donde habita.
En 1994, esta vez bajo un presidente demócrata, Bill Clinton, con la bendición de la OEA y Naciones Unidas los marines invadieron Haití con el noble propósito de reinstaurar la democracia –en un país de sólida tradición dictatorial—y de convertir los ton ton macoutes en una fuerza policial civilizada con tan buen suceso que 10 años más tarde la policía, en contubernio con otras fuerzas democráticas, “rederrocaron” a Aristide y los marines tuvieron que volver a invadir.
Todo esto, pero en gran escala, nos ofrece el señor Bush a futuro. El 30 de junio se instalará un gobierno provisional iraquí, guardián de una soberanía sujeta a la tutela de las fuerzas de la coalición, estacionadas allí y quizás en número creciente por tiempo indefinido. Coalición que estará formada en esencia por fuerzas militares estadounidenses y del Reino Unido, aunque dicen se hará un esfuerzo a través de Naciones Unidas para atraer a todos los países “amantes de la libertad y la democracia” y abrir el paraguas de Naciones Unidas para dar legitimidad a la ocupación. El embajador Negroponte, con experiencia en la campaña de los Contras será el procónsul de Washington en Bagdad. Estados Unidos está adiestrando ya contingentes de soldados y policías de Irak, para que refuercen la coalición. El gobierno Bush financiará la reconstrucción y el desarrollo del país que arrasó, para beneficio de las grandes transnacionales y construirá una prisión moderna de máxima seguridad. Si los iraquíes lo desean, se procederá a demoler la prisión de Abu Ghraib. Pero el pasado impondrá su peso al futuro. Lo que no podrá demolerse son los crímenes de Sadam Husein ni los abusos de las fuerzas de ocupación.