La boda real

Ante el fausto de la boda del príncipe Felipe de Borbón y Grecia, heredero de la corona de España y la ciudadana Letizia Ortiz Rocasolano, evento rodeado del dispositivo de seguridad más impresionante que se haya visto en Madrid, con la presencia de numerosos jefes de estado y de gobierno, de casas reales reinantes o en estado de hibernación, de ministros y embajadores, de prestigiosos burócratas internacionales, la reacción instintiva y de mayor aceptación es de rechazo al inaceptable homenaje a la monarquía, institución que ha caído en desprestigio y a la que se mira mal y de afrenta a la pobreza y las carencias del pueblo español y del mundo en general. Hay, sin embargo, otras perspectivas que considerar.

Para los ilustres invitados extranjeros la boda fue un paseo turístico incomparable. Los fundió a todos en el colectivo de los poderosos, en un verdadero encuentro de dos mundos. Hay que imaginarse a la duquesa de Alba codeándose con el presidente de Ecuador, o a las primeras damas de Centroamérica charlando con la Mette-Marit de Noruega, de ilustre rango y frágil pasado. Comieron y bebieron bien, con las mejores viandas y los más nobles vinos, todo por cuenta del sufrido pueblo español que es el que siempre la paga. Se agasajaron unos a otros, para aumentar el placer de la buena compañía y pescar ayuditas para el futuro.

Nuestro proyecto de caudillo, por ejemplo, tuvo la feliz idea de ofrecer una cena en honor del inefable don José María Aznar, quien desde que falló en su intento de seguir mandando por interpuesta persona se ha dado a desacreditar el gobierno de España en el extranjero. No se sabe si se trató de una cena

• De desagravio

• Agradecimiento por la venta de aviones viejos para derrotar el narcotráfico

• Admiración mutua, o

• Presagio de que el oferente pueda afrontar situaciones parecidas en el futuro.

Para quienes seguimos la ceremonia por televisión, una vez completado el rito en el ambiente restringido de la catedral, el paseo de los novios por las calles de Madrid presentó una perspectiva diferente por completo de la visión anti monárquica y populista. Multitudes entusiastas, bajo una lluvia tenaz, expresaron con espontaneidad y algarabía su apoyo a los recién casados y en ellos a la casa real, que no a la institución monárquica. Esa libre manifestación de cariño y respeto no proviene del vacío: algo bueno han tenido que hacer los reyes para que se les quiera así, a pesar de ser monarcas.

Claro que la enhorabuena no fue unánime. El Movimiento Popular contra la Boda Real promovió la celebración de la Otra Boda con actos populares de libre entrada, con la venia de las autoridades. Su lema, crudo, conciso y válido “Menos bodas reales y más gastos sociales.”

Es notable que la libertad en España haya avanzado hasta permitir ese grado de disensión pública pacífica. En el mismo balcón del Palacio Real desde donde los príncipes de Asturias saludaron al pueblo, saludó Francisco Franco a mediados del siglo pasado con su invitada, Eva Perón. Los reyes no han sido ajenos a esa evolución.

Un pensamiento final, la mejor garantía de popularidad futura de la casa real deberá ser Letizia, la mujer del príncipe. De extracción popular e intelectual, con una trayectoria profesional brillante, carismática y hermosa, es entre todos los miembros de su casa la que en mejor postura esté para acercarse al pueblo del que procede.

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