Distintas Visiones de la Misma Cosa

Se acusa a José Luis Rodríguez Zapatero de apaciguar a los terroristas porque ha reiterado la promesa hecha durante su campaña electoral de retirar de Irak las tropas españolas, que son apenas simbólicas dentro de la coalición del señor Bush y que se encuentran allí contra la casi unánime opinión de los españoles. Mientras tanto, la Casa Blanca se apresta a recibir a uno de sus aliados más voluminosos, el primer ministro Ariel Sharón de Israel, de quien se dice tiene historial de terrorista y que en estos días practica el terrorismo de Estado.

Los señores Zapatero y Bush se encuentran en la misma barca, intentando proteger a sus pueblos de la salvaje amenaza del terrorismo. Uno de ellos procura consultar la opinión pública, someter sus opciones a discusión y a votación, actuar con racionalidad: a esto se le llama apaciguamiento y se supone que estimulará las acciones terroristas. Se le tacha, además, de irrespetuoso: durante el último desfile con motivo del Día Nacional de España no se puso de pies cuando pasó la bandera de Estados Unidos porque no era la bandera de su patria. El señor Aznar, a quien sucede en la presidencia del gobierno español, ha dicho que Zapatero es inmaduro y mejorará con el tiempo. Aznar, por el contrario, cayó como fruta madura en las fauces del imperio.

El otro piensa que su cerebro poderoso y el de sus asesores más cercanos, la cuadrilla de Ashcroft, Cheney, Rumsfeld, Wolfowitz y Rice, tienen el monopolio de la verdad absoluta y la fuerza suficiente para imponerla a quien quieran. Entre los dogmas que practican ocupa lugar prominente la inocencia de Israel y en consecuencia, la del señor Sharón. No sólo absuelven sus acciones, sino que impiden, por medios diplomáticos dudosos, que otros las condenen. Cuando las Naciones Unidas se aprestaba, por ejemplo, a registrar la indignación universal por el asesinato de Estado del jeque Yassin, Estados Unidos recurrió a su obsoleto poder de veto en el Consejo de Seguridad para evitar la condena al gobierno israelí, alegando que en el proyecto de resolución que se discutía no se condenaba a otros. Parece que esos otros, en concepto del grupo Bush, eran los verdaderos culpables del crimen porque el vocero de la administración comentó el homicidio diciendo que todos tienen derecho a defenderse.

Esta táctica de atacar al terrorismo alabando y estimulando a los terroristas parece contar con gran respaldo en el mundo civilizado. La humanidad, en efecto, no está dividida sólo en terroristas y antiterroristas sino también en amigos de la razón y partidarios de la fuerza. Estos últimos creen que la única manera de resolver los conflictos es mediante el fortalecimiento de la autoridad, cuya otra cara de la moneda es la sumisión de los ciudadanos. Hay una enorme opinión a favor de este enfoque, que renuncia al albedrío individual y potencia el campo de acción de los gobernantes. Es una estrategia muy arraigada en la historia, una versión moderna del “ojo por ojo, diente por diente.” La consideración que no cabe en este esquema, por ser propia de los débiles, es que la fuerza provoca la violencia. Pero admite evasivas, por ejemplo, Washington ha dicho que no está de acuerdo con el ajusticiamiento anunciado de Arafat.

Veremos si los proyectos de gobernantes como Lula en Brasil o Zapatero en España que tienen en común el respeto por la mente de los ciudadanos pueden imponerse a la fuerza bruta, que cuenta en el señor Bush con su más connotado ejemplar.

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