Anda por Internet la respuesta que dicen dio el ministro de educación de Brasil a un estudiante que le preguntó su opinión como humanista, no como brasileño, sobre la internacionalización de la amazonia. Haya o no sido verídica la anécdota, la presunta respuesta es digna de reflexión.
Dicen que dijo que con la amazonia sería necesario internacionalizar el petróleo, el capital financiero de los países ricos, los arsenales nucleares de Estados Unidos, todos los grandes museos del mundo y las ciudades principales, los niños, como patrimonio que merece cuidarse en el mundo entero. Después de otros ejemplos, concluyó diciendo que como humanista acepta la internacionalización del mundo pero mientras el mundo lo trate como brasileño, luchará porque la amazonia sea sólo de Brasil.
El ministro Cristovao Buarque habría planteado así, en dos cuartillas llenas de sentido, la posibilidad de un mundo sin fronteras, un fenómeno mucho más profundo que su prima hermana la tan cacareada globalización que se ocupa mucho de los activos financieros y poco de la gente.
El concepto, desde luego, no es nuevo y en formas más o menos limitadas ha sido puesto en práctica. Organizaciones como Médicos sin Fronteras extienden el ejercicio de la medicina sin tener en cuenta las fronteras políticas, raciales, geográficas o ideológicas. Es una manera de practicar el viejo aforismo de que las obras del genio son patrimonio de la humanidad. De manera similar, escritores y pensadores, artistas y actores, difunden el arte por el mundo pasando por encima de las divisiones artificiales creadas por la historia. La UNESCO ha diluido las fronteras al declarar a sitios y ciudades Patrimonio de la Humanidad. Los programas de intercambio estudiantil que traen a la conciencia de la juventud la realidad de otros que piensan y sienten en formas diferentes, son maneras de universalizar las vivencias humanas. Los tribunales internacionales de justicia extienden por el mundo la práctica de la ley.
No hay, sin embargo, un movimiento para borrar las fronteras como lo hay para globalizar las finanzas, el comercio y la economía. Mientras la globalización cuenta con el apoyo de los poderosos, a los cuales ayuda, un mundo sin fronteras pondría en jaque su predominio. En última instancia las fronteras sirven para amurallar el bienestar (o el malestar) de los países que ellas demarcan y para contener a los extranjeros.
Los obstáculos que surgirían para un gobierno universal son de tal magnitud, que bastan para descartar la utopía de un mundo sin fronteras. La limitada gobernabilidad en las naciones-estado que integran la estructura política actual, es argumento suficiente para impedir que se piense en un mundo regido por un gobierno global.
Sin embargo, no deja de ser provocativo pensar, por ejemplo, en la posibilidad de que pueblos limítrofes, libres del tutelaje de sus gobiernos, encontraran por sí mismos soluciones a sus diferencias. Tal vez, quizás por ejemplo, israelitas y palestinos, actuando como seres humanos, interactuaran en formas más constructivas y pacíficas que sus desaforados gobernantes.
Proponer un mundo sin fronteras sería gastar pólvora en gallinazos. Pero apoyar a quienes ejecutan acciones y proyectos constructivos de alcance universal en los campos científico, artístico, militar, político, humanitario, es una forma apropiada de iniciar un camino hacia el predominio de lo mejor del espíritu humano para forjar la historia del futuro.