La recepción que esperaba al presidente de Estados Unidos, George W. Bush, en la ciudad mexicana de Monterrey, sede de la Cumbre de las Américas, era ingeniosa y sugerente: un desfile de burros (El Tiempo, 11 de enero de 2004) en señal de protesta por su presencia.
Además de servir como fuente de bromas, la caravana de asnos se presta a varias interpretaciones. Tal vez sea una manera de recordar las formas primitivas de la economía rural latinoamericana, puesta en peligro por las veleidades del libre comercio continental y de la agricultura ahorcada por los subsidios estadounidenses, o de recordar que hay cosas más importantes, como la miseria y la desigualdad: ya con ocasión de la Cumbre de Desarrollo Social de las Naciones Unidas en la misma ciudad de Monterrey, los burros atestiguaron por la calle el descontento de los mexicanos. Quizás la intención fuera rodear al visitante con la mascota del partido demócrata en Estados Unidos, los burros, enemigos de los elefantes del partido republicano del presidente. O en fin como una adivinanza para que el señor Bush, por si acaso veía los burros, dedujera lo que le estaban diciendo.
Los sujetos de las protestas no suelen ver a quienes protestan contra ellos. Son por lo general los potentados de la riqueza y el poder, rodeados de agentes de seguridad y con la capacidad de mandar a los policías de las ciudades del mundo a disfrazar las cosas para que no los molesten. Pero es interesante imaginar que habría dicho el señor Bush si se hubiera encontrado con los burros que lo rechazan. Su espíritu agroindustrial lo llevaría primero a investigar la posibilidad de comprarlos para su rancho, dotándolos de visas para no violar la ley. Es posible que luego pasara a etapas más filosóficas. El señor Bush podría sentir compasión de los asnos, es uno de sus sentimientos favoritos. En estos días, por ejemplo, dijo tener compasión de los derechos de los indocumentados. No respeto por tales derechos, sino conmiseración. Quien mira así al mundo lo hace desde un palco exclusivo en que los otros (los que no son uno) dependen de la magnanimidad del patrono.
Puede ser también útil preguntarse que piensan los que están al otro lado de la barrera. Como dijo el poeta, ¿Qué pensarán las burras, si tienen las burras pensamiento? Hay cosas que están por encima del alcance racional de un borrico. Por ejemplo, por qué se oponen a la Corte Penal Internacional, cuando todo el mundo está de acuerdo en que hace falta, o a la prohibición de las minas antipersonales si son una amenaza para la población de muchos países, o por qué se insiste en más estudios sobre el calentamiento global cuando lo que corresponde es actuar y por qué más investigaciones de armas nucleares dizque para promover la paz. Y luego la cuestión de prioridades, todas al mismo tiempo agregando déficit al déficit o quitando fondos necesarios para los nuevos caprichos. La guerra contra el terrorismo, la lucha contra el SIDA, el Fondo del Milenio, la reconstrucción de Irak, el descrédito de las Naciones Unidas, los vuelos espaciales, la estación lunar, la promoción del matrimonio, el destino Marte, la cuasi legalización de inmigrantes.
Todo con lógica impecable. Cuando el presidente George W. Bush llegaba a Monterrey a mejorar las relaciones de su país con los demás países americanos, su departamento de estado había lanzado una mini campaña de enfrentamiento con el gobierno de Argentina, al que se acusó de mejorar las relaciones con Cuba, en un acto evidente de soberanía nacional. Siga el presidente de cumbre en cumbre, que el mundo va de mal en peor.