Todas las fuerzas actuantes hoy en el mundo sean políticas, religiosas, o económicas buscan desesperadamente capturar la atención, el favor y el apoyo de las sociedades en que ellas operan. Para ello los líderes de las distintas causas acuden a medios legítimos e ilegítimos para promover, imponer o, como se dice hoy, vender sus ideas. Muchas veces lo hacen por la fuerza, otras por medio de la manipulación de la opinión pública o apelando al fanatismo religioso y muy raramente por la fuerza de la convicción moral o intelectual. El engaño y el espejismo parecen ser los más socorridos.
En los tiempos en que el arte de la venta y el mercadeo de las ideas se han llevado a extremos increíbles, estas se maquillan para cautivar una opinión pública generalmente mal informada por los medios y casi siempre sin educación adecuada. Por ejemplo la guerra se pinta como una aventura o como una cruzada y no como lo que en realidad es, una tragedia, para conseguir apoyo y reclutas, el hambre, los altos impuestos y la carencia de servicios se describen frecuentemente como “sacrificios necesarios” para salir de la crisis. Es el tiempo de las verdades a medias, de los asesores de imagen, de las cortinas de humo y los espejos para engañar a muchos. Como si la verdad plena necesitara maquillajes. Se han copiado descaradamente las manipulaciones y trucos de la publicidad de ventas de mercaderías y servicios para dirigir las mentes y la opinión publica a los fines deseados por los dirigentes. Para crear necesidades o amenazas ficticias. Ya nadie llama al pan “pan” y al vino “vino” como decían los abuelos. El eufemismo se ha apoderado descaradamente de los medios y del discurso político o ideológico. Nos han quitado el derecho a la verdad.
Algunos ejemplos recientes tomados de discursos políticos y de la prensa:
• Lo que unos llaman fuerza de liberación otros la llaman fuerzas de ocupación o de invasión;
• Unos los llaman combatientes por la libertad o guerrillas revolucionarias, otros les dicen pandillas de bandidos y terroristas;
• Unos se llaman los escogidos por Dios, otros les dicen fanáticos extremistas;
• Los unos son el faro de los buenos ideales y los otros son el nido de los terroristas o los satanases del mundo;
• Lo que para uno es un gobierno firme e independiente para el otro es una dictadura despiadada y malévola o un invento populista;
• Unos dice que se establecen restricciones legítimas para proteger a la sociedad, para los otros simplemente se trata de una grosera violación de los derechos humanos;
• Los unos reclaman ser defensores de su tierra, los otros dicen que es una agresión terrorista;
• El que para muchos es un estatuto de seguridad para otros es un instrumento de represión de los derechos civiles;
• El patriótico ejercito nacional es para unos el aparato represivo de la oligarquía;
• Lo que unos llaman apertura otros lo consideran el asalto neoliberal;
• Los unos le llaman la modernización del estado y los otros la entrega de los servicios al capitalismo internacional.
En fin, la lista se podría seguir. Tal vez a lo mejor la verdad esté en algún lugar entre los extremos, o por fuera de ellos. Y aquel que quiera descubrir dónde realmente está la verdad deberá adivinar dónde está la bolita en medio de todo este malabarismo verbal engañoso. Nadie nos da las evidencias y razones reales de una y otra parte que permitan concluir lógica y razonadamente quien tiene los mejores argumentos y merece nuestro apoyo o simpatía. Lo aberrante es que ahora es legítimo escoger el calificativo o la descripción del oponente dependiendo del lado del mostrador en que se uno encuentre para hacer lucir su causa como buena y la del otro como mala, sin importar si en realidad lo es. Se obscurece así la verdad, el rigor y la objetividad del análisis. Las descripciones casi siempre contienen tono y vocabulario emocionales que apelan a las reacciones primarias de odio y desprecio por el contrario. Cuando se apela a las emociones y no al raciocinio, se termina en las amenazas y se racionaliza la necesidad de destruir al otro en lugar de entenderlo, con las consecuencias que todos estamos viendo. ¿Cuando volveremos a llamar al pan “pan”y al vino “vino”?