Globalizar la gente

Todo se globaliza con facilidad, menos la gente. Se derrumban las barreras comerciales, se fusionan las transnacionales, se juntan los intereses financieros, se concretan las alianzas militares. Hay mercados libres de drogas y de armas de corto y largo alcance. Pero los hombres y las mujeres del mundo siguen sujetos a la discriminación y se les ataja por todas partes.

Ha ocurrido aún en comunidades con tradición de respeto a las personas, o en aquellas empeñadas en superar épocas denigrantes para reincorporarse a la civilización. En la gestación y primeras etapas de la Unión Europea el libre comercio entre los países integrantes del bloque fue establecido con relativa rapidez y sin dificultades insuperables. El proceso de implantar un sistema de libre tránsito, trabajo y residencia fue mucho más lento y complicado.

El caso de España, que el año pasado endureció sus leyes de inmigración, es un ejemplo de la contradicción entre la historia y la política. A lo largo de los siglos España ha sido un país de emigrantes, que en América, en África y en Europa Central ha contribuido con el aporte de sus expatriados a desarrollar la cultura y a forjar riqueza. Debería ser consecuente y reconocer la contribución de los inmigrantes, que ahora generan producción y mezclan sus culturas con los españoles. Además, el perfil declinante de la población exige algún contingente de nuevos residentes. El gobierno ha optado, por el contrario, por establecer una política restrictiva y represiva que no encaja con el pasado de España, con su realidad ni con sus intereses. Además de contradictoria, esa política es inoperante, como lo indica por ejemplo el caso de Estados Unidos.

La aceptación de los inmigrantes en igualdad de condiciones civiles con los nacionales se hace más difícil cuando entran en juego percepciones que provocan la discriminación de los extraños. Estados Unidos es uno de los países que deben su existencia a la llegada de inmigrantes. Mientras ellos provinieron de Europa, fueron bien recibidos por los grupos de emigrantes europeos que los precedieron. Cuando las masas de inmigrantes vinieron de otras zonas, en especial de América Latina, la oposición a su presencia en el país llevó a la deportación como instrumento de combate, a la vigilancia armada en las fronteras, a redadas policiales en lugares de trabajo, al desconocimiento de los derechos básicos de los indocumentados y en especial, a la difusión de la idea de que se trata de gente inferior. La persecución a los inmigrantes ilegales no impidió que acudieran en grandes masas al país más rico del mundo, en el cual trabajan con productividad y desde donde remiten fuertes sumas de dinero a los suyos, menos privilegiados. Hay por lo menos 8 millones de sin papeles. A ojo de buen cubero puede decirse que en Estados Unidos hay sectores, como los de restaurantes, que dejarían de funcionar si los inmigrantes dejaran de trabajar en ellos. Innumerables trabajadores temporeros son también la mano de obra esencial de la agricultura.

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