Imágenes y Realidad

Estados Unidos sigue teniendo problemas de imagen y hay otras naciones que sufren del mismo mal. The New York Times (29 de diciembre de 2003) publicó un artículo sobre el frustrado intento de “promover” el país mediante la llamada diplomacia pública. El mismo día El Tiempo de Bogotá trajo una entrevista con el embajador de Holanda en Colombia, quien aseveró que los países europeos califican de lamentable el estatuto antiterrorista preparado por el gobierno y aprobado por el congreso.

El diario neoyorquino encuentra que el esfuerzo emprendido por el gobierno estadounidense para “vender” la imagen del país ha tenido resultados pobres, lo cual achaca a falta de recursos suficientes y de planificación adecuada. Esta interpretación es deficiente. Estados Unidos no tiene mala imagen, como lo demuestra la determinación de multitud de ciudadanos de todos los países y edades, de cualquier estrato y con diversa formación profesional, que en forma legal o ilegal aspiran y muchas veces consiguen vivir allí. Esa atracción magnética procede de muchas características positivas o controversiales de la sociedad estadounidense, pero no por cierto de una imagen negativa. Impresión corroborada por la amplia aceptación e imitación de su cultura y la admiración y envidia que provocan el progreso material y el poderío político y militar.

No se puede hablar de sentimientos antiamericanos. Parece más bien que la política del actual gobierno de Estados Unidos es percibida en amplios sectores de la población mundial como guerreadora, contraria al orden jurídico internacional y a las instituciones que lo representan, despreciativa de compromisos formales adquiridos, hipócrita en el tratamiento de los derechos humanos y en general, arrogante y ciega ante los intereses de otros pueblos. No hay una imagen negativa como tal, sino una opinión desfavorable formada a través del impacto de sucesivas acciones de la administración Bush.

El problema de opinión no es asunto de imagen sino reflejo de las acciones que se emprenden y que afectan a otros. No es posible desde luego cambiar la percepción del gobierno del señor Bush mediante la diplomacia pública, concebida para hacer más positiva la imagen de Estados Unidos. Mientras persista la política exterior que ese gobierno ha abrazado, habrá una proyección negativa en el resto del mundo.

Colombia estará sujeta a un nuevo problema de imagen. Los países amigos, en cuya ayuda se fundamenta buena parte de las esperanzas de redención nacional, no pueden tragarse el estatuto antiterrorista, porque encuentran que cercena los derechos humanos y las libertades individuales. Colombia es un receptor atractivo de solidaridad internacional por ser una democracia, en la que la autoridad de los gobernantes proviene de elecciones abiertas y libres. En democracia, sin embargo, se utilizan los instrumentos legales para asestar golpes totalitarios a los ciudadanos. Los jefes de estado, en asocio con las mayorías parlamentarias, pueden socavar las instituciones con aparente legitimidad. Ejemplos de esto han sido la Ley Patriota en Estados Unidos y ahora el estatuto antiterrorista en Colombia. Parece que los gobernantes piensan que el terrorismo, como en su tiempo el comunismo, justifica cualquier arbitrariedad.

Seguirá sin duda el cuento del antiamericanismo como disfraz de un gobierno nefasto y en nombre de Colombia se deplorará que otros gobiernos tachen de antidemocráticas las prácticas de sus dirigentes. Persistirá la culpa a la imagen, sin reconocer que se trata de un intento vano de oscurecer la realidad. Sobre todo, la opinión pública no cambiará a pesar de los esfuerzos de los poderosos por vender la idea de que cuanto hacen es necesario y adecuado.

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