Júbilo Universal

El domingo 14 de diciembre fue un día de regocijo global, un momento de euforia compartida ante la caída final de un opresor de su pueblo. La humanidad, por lo general tan fraccionada, se unió en forma espontánea y jubilosa para celebrar la captura de Sadam Husein. Celebraron no sólo el presidente de Estados Unidos y sus compañeros de aventura, sino también quienes se opusieron a la invasión de Irak, como Francia y Alemania.

En seguida comenzó la especulación acerca de dónde y cómo deberá llevarse a cabo el juicio del sanguinario ex-dictador iraquí. Algunos dijeron que debería ser juzgado en Irak por sus compatriotas a quienes persiguió y diezmó, otros en distintos lugares o ante diferentes tribunales; se sugirió inclusive que el proceso tuviese lugar en un barco en alta mar.

Quien de hecho presidirá el juicio, el presidente de Estados Unidos, decretó ya la pena de muerte. Se pronosticaron las consecuencias de la captura: El Tiempo de Bogotá, por ejemplo, concedió desde ahora la reelección al señor Bush.

Sadam Husein fue, sin duda, uno de los tiranos desalmados e inmorales que infestaron la vida de sus pueblos en los años finales del siglo XX y primeros del XXI. Algunos siguen tiranizando a su gente, otros han cumplido ya su siniestra labor. Es inevitable sentir alivio y placer ante el derrumbamiento definitivo del dictador iraquí. Pero, ¿fue su captura y será su juicio triunfos del derecho internacional, de la democracia y sobre todo de la civilización?

Es fácil encontrar por qué se hizo digno de la persecución de la potencia militar y política de nuestro tiempo, en preferencia a otros colegas con sólidos antecedentes de crueldad y corrupción. Entre muchos sátrapas, fue el único que metió la pata atentando contra la vida del papá del presidente de Estados Unidos. Presidió sobre Irak, gran productor de petróleo. La CIA sospechó que su régimen disponía de armas de destrucción masiva. A pesar de todo eso es difícil comprender que una coalición de naciones occidentales se lanzara a la guerra sin que hubiera mediado ataque alguno, con desprecio de Naciones Unidas, alegando que, como dice el presidente del gobierno español, había razones para efectuar un ataque anticipatorio.

En definitiva la persecución que ahora culmina se originó en una guerra engendrada fuera del sistema jurídico internacional que logró después de ocho meses, capturar a uno de los principales dictadores del mundo. ¿Será esta la forma deseable y adecuada para exterminar a los demás tiranos? ¿Habrá otras maneras más racionales de combatir la dictadura? ¿O se les dejará vivir en paz como se ha hecho con otros que merecerían la suerte de Sadam Husein?

Es posible concebir un mundo en donde naciones comprometidas a respetar el orden jurídico dentro y fuera de sus fronteras y a garantizar la vigencia de los derechos humanos acuerden instrumentos para atajar cualquier desconocimiento de esos compromisos básicos, mediante medidas de distinto orden que sólo en casos extremos y cuando no haya remedio lleguen al uso de la fuerza. No se trata de un mundo utópico, sino apenas de acoger y afianzar la alianza universal que ya existe en las Naciones Unidas. No se propone una quimera sino un contexto en el cual los desvíos de los autócratas se corrijan por la voluntad de los pueblos y no por los caprichos de un puñado de líderes arbitrarios que dicen actuar en nombre de la libertad y la democracia y se atribuyen la facultad de socavar los instrumentos básicos de convivencia global.

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