España en el espacio

El espacio, o mejor dicho la falta de espacio, es sin duda un factor de peso en la formación del carácter del pueblo español. España es estrecha, carece de llanuras inmensas y confines infinitos que permitan escapar de la realidad ambiente, no está surcada por ríos caudalosos. El español vive en continua aglomeración.

En Madrid parece haber más automóviles que personas. A lo largo de las calles los vehículos están alineados de manera que es imposible pasar entre uno y otro y es un misterio cómo cupieron donde están y más todavía, como saldrán de sus sitios. Caminando entre una y otra esquina, en mitad del trayecto, salen de repente autos minúsculos de parqueaderos indescriptibles, que pasan entre los peatones sin tocarlos, de milagro. Las motos, que muchas veces se desplazan por las aceras, complementan este paisaje de locura urbana.

Desde luego no es sólo el parque automotor el que se ajusta a las restricciones espaciales, lo hace también, claro, el grupo humano que lo utiliza. La ciudad está siempre, a cualquier hora, llena de gente, por las calles, los bares y restaurantes, las iglesias y las farmacias, los cines y los teatros, los mercados y los museos, los estadios de fútbol y las plazas de toros. Es una multitud entusiasta, donde a diferencia de otras partes del mundo que tienen fama de más civilizadas, se entablan conversaciones entre extraños, se comenta el pronóstico del tiempo y el de las elecciones generales, los resultados de la quiniela y el tiempo que se tardará en la cola antes de llegar al lugar de destino, la boda del Príncipe y Letizia. En contraste también con esos pueblos de supuesto mayor desarrollo, se trata de una muchedumbre educada. Cuando sostienes una puerta abierta para que otros pasen te dan las gracias, cuando alguien te empuja se disculpa, los extraños se saludan con cortesía cuando hay oportunidad para hacerlo, siempre surge alguien a ayudarte en caso de necesidad. Esta gente, muy seria, no escatima la sonrisa.

La falta de espacio ofrece otras recompensas. Por ejemplo, los madrileños han aprendido a entrar y salir de lugares públicos con lleno total en orden y racionalidad. El estadio, el teatro, están siempre copados pero nadie atropella a nadie y todos llegan y se van con método. El barullo reinante no tiene hora límite y las plazas y calles de la capital se visten de ruido y de música con una dinámica especial. Los españoles no tienen miedo del contacto físico y se abrazan y se besan con frecuencia y con ganas. No conozco otro sitio del mundo en donde las parejas se besen con mayor intensidad y exhibición que en el metro de Madrid.

Es lástima que un pueblo con tan excelentes condiciones que ha sido capaz de adaptarse con sentido de compresión humana a las limitaciones que afronta, tenga ahora profundas dificultades con otro reclamo de su espacio, el de los inmigrantes. El 2 de diciembre se repitió un episodio casi cotidiano cuando 15 africanos que buscaban emigrar desaparecieron en el hundimiento de una patera que intentaba rescatar Salvamento Marítimo, de España, en aguas de Fuerteventura. Los africanos, como los suramericanos, son víctimas de la ocupación de sus espacios inmensos por un huésped no invitado, la pobreza, que ha copado todo sitio disponible. Mientras subsista la enorme diferencia de riqueza entre los países, los ciudadanos pobres del mundo harán todo lo posible por prosperar a la sombra de los ricos.

Tres días antes siete agentes secretos españoles fueron asesinados en Irak y sus cadáveres pisoteados por la turba. Murieron lejos de su suelo, cumpliendo la decisión de su gobierno y en contra de la voluntad de su pueblo. Se les confirió calidad de héroes y sin duda la tuvieron. Ojalá su heroísmo contribuya a que otros no tengan la trágica oportunidad de morir como ellos.

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