Dos Mundos Encontrados

No se trata del encuentro entre dos mundos, José María Aznar no es, por ejemplo, Cristóbal Colón, ni el presidente de Chile Ricardo Lagos es un cacique araucano. Es acerca de dos mundos en desacuerdo, no importa el origen geográfico ni el bagaje ideológico. George W. Bush sufre legiones de activistas de todas las razas, edades y nacionalidades. Dice ser el paladín de la paz y está empeñado en la guerra. Cuando se le previene de las hordas descontentas que le darán la bienvenida en sus viajes de promoción de imagen responde con cansado gesto de grandeza que eso es democracia, la libre expresión de las opiniones populares. No objeta, desde luego, a la fuerza policial que se acumula para acallar a los manifestantes.

Uno es el mundo subyacente unido por la protesta contra la injusticia reinante. Otro es el mundo poderoso listo para aplastar la protesta. En París, el Foro Social Europeo se lanzó a la calle el 8 de noviembre después de deliberar por cinco días. La multitud, heterogénea en cuanto a edades, sexos, nacionalidades y convicciones, se amalgamó para reivindicar, sin violencia en esta oportunidad según cuenta El País de Madrid del 9 de noviembre, “la protección de los servicios públicos, el mantenimiento de un régimen fuerte de prestaciones sociales, el diálogo entre las culturas y otros problemas vinculados a la globalización.” En Londres el 18 de noviembre el controversial presidente George W. Bush de Estados Unidos fue recibido en el aeropuerto, para iniciar su visita oficial a Gran Bretaña, por el príncipe Carlos, símbolo de una monarquía decadente. Los señores Bush se alojaron en el palacio de Buckingham donde fueron huéspedes de la reina Isabel II. Entre banquete y agasajo tuvo tiempo el visitante de explicar cómo la guerra es el camino hacia la paz queriendo convencer a varios gobiernos europeos que no están seguros de la validez de la visión tejana de las cosas. Fue también motivo ausente de una inmensa protesta popular que lo acusaba no sólo de caudillo de una guerra injusta e ilegal sino también de depredador del medio ambiente y saboteador del orden jurídico internacional, entre otras menudencias. Un enorme despliegue policial garantizó la estabilidad del orden existente.

El periplo de José María Aznar, presidente del gobierno de España por Sudamérica no fue tan majestuoso como el de Bush en Londres. Después de sus entrevistas con Lula que aprovechó para dar clases de economía y defender las empresas españolas, el presidente Kirchner de Argentina lo defraudó al preferir la visita del Rey a la del político castellano. Visitó entonces a Chile donde gobierna un presidente socialista a la moderna, que se jugó ante el riesgo de no perfeccionar un tratado de libre comercio con Estados Unidos para mantener una posición erguida de oposición a la agresión a Irak. Según la prensa española Aznar encontraría dos escollos principales en su aparición en Chile. Uno, el cuento aquel del ex general Pinochet a quien un juez español quería juzgar por crímenes contra la humanidad, veleidad judicial que el gobierno del PP descartó con prisa y sin confusiones. El otro, la confrontación entre los lacayos de Bush y los líderes independientes en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, cuando el episodio de Irak. Para Aznar, eran simples diferencias de opinión que en nada debieran afectar la cordial relación entre dos pueblos hermanos. Y de todas maneras, no habrían de ser obstáculos para defender el fuero de las empresas españolas en el continente americano.

Pero no hay que pensar que se trate de un enfrentamiento entre Europa y América. Hay también, en la nueva América, corrientes encontradas. Así, mientras fuerzas antagónicas se encuentran por el mundo, en la ciudad de Miami se adelantaron los preparativos para congregar una impresionante fuerza policial capaz de disuadir a empujones a los opositores de una zona de libre comercio en el hemisferio.

Es difícil predecir donde llegará este enfrentamiento irracional. Los que reivindican justicia no tienen elementos para implantarla. Los que tienen poder carecen de voluntad para escuchar los reclamos. Es posible, sin embargo, que un día los poderosos rindan los instrumentos de combate a una pléyade romántica de rebeldes llenos de ideales grandiosos y carentes de sentido común para vivirlos. O puede ocurrir que la fuerza de los gobernantes aplaste a los rebeldes. Hay también la alternativa de que unos y otros perezcan destrozados por bombas como las que explotaron en Bagdad y en Estambul.

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