Las mayores economías (excepto China) se agrupan en el G-7, hoy G-8 con la inclusión de la Federación de Rusia. Brasil y España no pertenecen a la aristocracia del Producto Interno Bruto, pero están en los puestos de avanzada del grupo que le sigue. Son además, con México, las economías más grandes de Ibero América. España ha pasado la marca como país industrial, pero Brasil está sólo en vías de alcanzarla. En España gobierna José María Aznar, conservador de extracción rancia, venido a más en el ámbito internacional como acólito de Bush. En Brasil Lula, sindicalista de convicciones de izquierda y pragmático en la conducción del estado. El mandatario español suena a gerente de fábrica de artículos domésticos, el brasileño a profeta de principios del Siglo XXI. Parece haber entre ellos la química personal que suele darse entre opuestos. Aznar es un tipo al cual las cosas le salen bien casi siempre. Su visita oficial a Brasil a finales de octubre como vocero de los inversionistas españoles le dio la oportunidad de vestirse de misionero del Norte y dejar a Lula, su anfitrión, una preciosa tarjeta de visita. Ni el pontífice del capitalismo hubiese tenido tal libertad de palabra, porque al español se le considera inofensivo y simpático y puede así decir lo que se le antoja.
Según las informaciones de prensa el visitante advirtió al anfitrión que con el populismo no se logra el desarrollo. Falta ver qué entiende el señor Aznar por populismo y cómo define el desarrollo. ¿Será populismo para el líder ibérico cosas como las que dijo Lula la semana anterior en Oviedo al recibir el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional? Por ejemplo “La miseria y el hambre no son un fallo técnico y no pueden esperar. Es necesario que la comunidad internacional emprenda la única guerra de la que saldremos vencedores el combate contra la pobreza y la exclusión social. La vida. La vida y nada más.”
A lo cual pareció responder el presidente del gobierno en el ocaso con la típica bravuconada del capitalismo, promoviendo la defensa de “los valores que inspiran las economías más desarrolladas.” ¿Cuáles serán esos valores, quizás los bursátiles? Porque valores en el sentido de principios no son muy visibles en las grandes democracias capitalistas. Y presentó al neoliberalismo como “la única forma de asegurar el crecimiento”, que él parece confundir con desarrollo porque dice “Sin el compromiso con las políticas económicas correctas no podremos luchar contra la pobreza ni garantizar sociedades más justas.”
Sería útil para quienes somos profanos en estos menesteres que los predicadores del evangelio de la democracia capitalista nos nutrieran con algún ejemplo concreto de una economía de mercado en un país en desarrollo donde haya sido posible alcanzar el dogma del crecimiento y al mismo tiempo atenuar en alto grado las diferencias de ingresos y de oportunidades. Esto nos podría convertir a la ortodoxia política con mayor probabilidad que las divagaciones del señor Aznar cuando afirma que las políticas económicas liberales han sido benéficas para toda América Latina.
Es muy pronto para averiguar si la valerosa plática misionera dejada como tarjeta de visita por el presidente del gobierno español tendrá como efecto afianzar la conversión de Lula a la doctrina de la economía de mercado y sus secuelas sociales y políticas. Lo que sí es claro es la magnitud de la tarea del presidente de Brasil, empeñado en desterrar el hambre de un mundo más interesado en la muerte que en la vida.